Glimpses: ‘…the Power of the Living Christ’ (Spanish version)

Extractos de las ‘Memorias de un Sabio Sufí’*

En el otoño de 1924, después del retiro de verano, acompañé al Murshid a Roma en donde una mañana, durante nuestra estadía, escuchamos que al día siguiente se celebraría una misa pontificia mayor oficiada por el mismo Papa en San Pedro. Se trata de una misa especial que tiene lugar solo una vez al año, y el Murshid me pidió que intentara obtener entradas para la ocasión. Lo intenté, pero después de muchos esfuerzos infructuosos retorné al hotel con la noticia que las entradas se habían agotado meses antes.

El Murshid no parecía estar tan abatido como yo con esta información, y en la mañana siguiente, cerca de una hora antes de que la misa comenzara, me pidió ordenar un carruaje.

“¡Será imposible para nosotros entrar a la misa mayor!” exclamé, pero el Murshid sencillamente repitió su pedido: “Por favor ordena un carruaje”.

Así lo hice y nos dirigimos hacia la gran plaza en frente de San Pedro; el Murshid se vistió con su acostumbrada y sencilla sotana negra. Cuando llegamos, la plaza estaba llena de actividad y con gran expectación. Una fila de los famosos guardias suizos, con sus teatrales uniformes azul y naranja se apostaban a los pies de las anchas escalinatas que llevaban a la Catedral. Su trabajo era el de devolver a cualquiera que llegara sin la gran tarjeta blanca necesaria para ser admitido.

“Ya lo ves”, le dije al Murshid, “Es totalmente imposible entrar”.

Sin embargo, se bajó del carruaje, y me pidió pagarle al conductor. Caminó lentamente hacia el dignatario de levita que revisaba las tarjetas a los pies de las escalinatas. Este último, la epítome de la burocracia señorial, preguntó debidamente en italiano por su tarjeta. El Murshid lo miró, sonrió, y con firmeza y la mayor cortesía, replicó, “Está todo muy bien”.

Aunque habló en inglés, su tono fue irresistible. El hombre se hizo a un lado, sobrecogido por este majestuoso extranjero, y dejó pasar al Murshid. Rápidamente me deslicé detrás de él, como una especie de sombra, pero mientras que yo tenía un enorme deseo de apurar los pasos antes de que me requirieran en forma ignominiosa, el Murshid ascendió de una manera totalmente serena y majestuosa.

En la parte superior de las escalinatas se apostaba otra fila de guardias suizos, y en medio de ellos un personaje aún más impresionante que el anterior, en lo que parecía ser un traje de etiqueta. De nuevo le fue solicitada la tarjeta al Murshid, y de nuevo, con exactamente el mismo aire de cortés autoridad, sonrió y contestó, “Está todo muy bien”, moviéndose en silencio mientras lo hacía. El oficial, así como su contraparte a los pies de las escalinatas, estaban obviamente muy impresionados por el Murshid, por su serena apariencia y por el tono de su voz, y aquel también, para mi gran asombro, se hizo a un lado. Estábamos adentro. A medida que entrábamos al radiante interior dorado y blanco de esa maravillosa edificación – la basílica más grande de toda la cristiandad – el coro comenzó a cantar de una manera que yo describiría como celestial, y el sonido hacía eco en el domo y en los arcos con belleza sobrenatural. En ese momento el Papa hacía su entrada en un trono dorado llevado en los hombros de doce sacerdotes. La misa mayor había comenzado.

Con la salmodia del Papa, el canto del coro y el movimiento de sacerdotes e incensarios entretejidos en ese gran festival de culto, toda la atmósfera se cargó de la manera más hermosa, con algo místico e increíblemente hermoso. La luz se filtraba por la aureola de oro en la pequeña ventana encima del altar mayor y brillaba sobre el suelo de mármol, parpadeando por encima de las ochenta y nueve velas que arden día y noche alrededor de la tumba de San Pedro.

El Murshid se adentraba más y más profundamente en un estado de éxtasis. Absorto e inmóvil, parecía en otro mundo. Y de repente, como si las palabras hubieran escurrido de él, exclamó, “¡Cuán maravilloso es el poder del Cristo viviente!”. Lo escuché con asombro, dándome cuenta de que nunca lo había entendido a él apropiadamente. Habiendo escuchado con frecuencia su explicación de cómo las antiguas religiones de la tierra iban a ser unidas gradualmente en una creencia común y más grande – más que las antiguas religiones egipcia y griega que habían sido gradualmente sustituidas por las creencias islámicas y cristianas –, yo había tomado esto con el significado que todas las formas de culto existentes en el siglo actual estaban ya, virtualmente acabadas. Ahora las palabras del Murshid al culminar el gran servicio me mostraron cuán errado había estado. La religión cristiana era todavía, después de todo, un canal enorme para la efusión sobre la tierra del Poder Divino.

Pero al hablar del ‘Cristo viviente’ el Murshid se había referido no a Jesús, quien fue uno de los grandes Maestros de la Sabiduría, sino a ese siempre viviente Espíritu de Poder y de Luz que opera a través de todos los Maestros a lo largo de las eras.

Las palabras me dieron una nueva comprensión de la tantas veces citada aseveración de Jesús, “No he venido a destruir sino a cumplir la Ley”. Recordé también cómo Buda había dicho que él no había venido a destruir el hinduismo, sino mejor a reformarlo y purificarlo de los dogmas y supersticiones que le habían sido añadidas. Este entonces fue el trabajo de los grandes Mensajeros espirituales; construir sobre los cimientos de un Mensaje previo que, a través de las malinterpretaciones y limitaciones de la humanidad, había quedado, diríamos, desgastado; había perdido mucho de su pureza y poder originales.

Salí de San Pedro con un entendimiento totalmente nuevo, y las palabras hicieron eco largo tiempo en mi cabeza:

“¡Cuán maravilloso es el poder del Cristo viviente!”

*Memories of a Sufi Sage – Hazrat Inayat Khan’, por Sirkar van Stolk and Daphne Dunlop. Sirkar van Stolk (1894 – 1963) trabajó estrechamente con Hazrat Inayat Khan durante varios años, ayudándolo como secretario y compañero de viaje. Después dedicó su vida al trabajo del Mensaje en Holanda y más tarde, en Suráfrica. Después de su muerte, estas memorias fueron terminadas por Daphne Dunlop a partir de sus notas.

Tr. Juan Amin Betancur

2 Replies to “Glimpses: ‘…the Power of the Living Christ’ (Spanish version)”

  1. Juan Amin Betancur

    ¡Qué capacidad la del Murshid de apreciar lo bueno en todo, de sentir y ver siempre lo bueno, a diferencia de nuestra tendencia a encontrar siempre algo malo o reprochable en las cosas maravillosas que nos rodean! Una gran lección…

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  2. Margarita Jauregui

    Mil gracias por compartir estas experiencias del Murshid, que me acercan más a su mensaje hoy muy vivo y actual.

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