Hazrat Inayat : Initiation pt XVI (Spanish version)

Hazrat Inayat: Iniciación parte XVI

En esta nueva entrega de la serie de enseñanzas sobre la iniciación, Hazrat Inayat Khan enfatiza sobre la necesidad de idealismo y el desarrollo de la consideración. La publicación anterior en la serie puede encontrarse aquí.

Uno se pregunta, especialmente en la parte Occidental del mundo, cuál puede ser realmente el camino del discipulado. Aunque el camino del discipulado fue el camino de aquellos que siguieron a Cristo y a todos los demás maestros, la tendencia moderna del pensamiento ha quitado mucho del ideal que existía en el pasado. No es sólo que el ideal del discipulado parece ser poco conocido, sino que incluso la actitud ideal hacia la maternidad y la paternidad, así como hacia los ancianos, parece ser menos comprendida. Este cambio en el ideal del mundo ha producido involuntariamente, hasta tal punto, que los conflictos mundiales hayan sido el resultado en nuestros tiempos. Los problemas entre las naciones y las clases sociales, en la vida social y en la doméstica, todos surgen por una misma razón. Si alguien me preguntara cuál es la causa de los disturbios del mundo de hoy, respondería que es la falta de idealismo.

En la antigüedad, el camino del discipulado era una lección para aplicarse en todas las direcciones de la vida. El hombre no es solo su cuerpo, es su alma. Cuando un niño nace en la tierra, ese no es el momento en que nace el alma; el alma nace desde el momento en que nace la consideración. Este nacimiento de la consideración es, en realidad, el nacimiento del alma; el hombre muestra su alma en su consideración. Algunos se vuelven considerados de niños; otros, tal vez, no despierten a la consideración durante toda su vida. El amor es llamado un elemento divino, pero la expresión divina del amor no es otra cosa que la consideración, y no sería muy equivocado decir que amor sin consideración no es completamente divino. El amor que no tiene consideración pierde su fragancia. Además, la inteligencia no es consideración. Es el equilibrio del amor y la inteligencia, es la acción y reacción del amor y la inteligencia, de uno sobre el otro, lo que produce la consideración. Los niños que son considerados, son más valiosos que las joyas para sus padres. Al hombre que es considerado, al amigo que tiene consideración, a todos aquellos con quienes entramos en contacto y que son considerados, los valoramos mucho más.

Por lo tanto, la lección de la consideración dada por los maestros espirituales es la que puede ser llamada el camino del discipulado. Esto no significa que los grandes maestros hayan querido el discipulado, la devoción, o el respeto de sus alumnos para ellos mismos. Si algún maestro lo espera, no puede ser un maestro. ¿Cómo podría entonces ser un maestro espiritual, puesto que debe estar por encima de todo esto para estar por encima de ellos? Pero el respeto, la devoción y la consideración se enseñan en beneficio propio del discípulo, como un atributo que debe ser cultivado. Hasta ahora ha habido una costumbre en la India, que yo mismo experimenté cuando joven, que lo primero que los padres enseñaban a sus hijos era el respeto por el maestro, la consideración y una amable disposición.

Un niño moderno que va a la escuela no tiene la misma idea. Piensa que el maestro está designado para cumplir con un cierto deber; difícilmente conoce al maestro, ni el maestro lo conoce bien a él. Cuando llega a casa, tiene la misma tendencia hacia sus padres que en la escuela. La mayoría de los niños crecen pensando que toda la atención que sus padres le dan es sólo parte de su deber; a lo sumo pensarán: “Tal vez un día, si me es posible, lo pagaré”. La idea antigua era diferente. Por ejemplo, el Profeta Mahoma enseñó a sus discípulos que la mayor deuda que todo hombre tenía que pagar era con su madre, y si quería que sus pecados fueran perdonados, debería actuar de tal manera en la vida que, al final, su madre, antes de dejar esta tierra, le dijera: “Te he perdonado la deuda”. No había nada que un hombre pudiera dar o hacer, ni dinero ni servicio, que le permitiera decir: “He pagado mi deuda”, no, es su madre quien debe decir: “Te he perdonado esa deuda”. ¿Qué nos enseña esto? Nos enseña el valor de ese amor desinteresado que está por encima de toda pasión terrenal.

Si le preguntamos a nuestro yo interior, con qué propósito hemos venido a la tierra y por qué nos hemos convertido en seres humanos, preguntándonos si tal vez hubiera sido mejor seguir siendo ángeles, la respuesta ciertamente llegará al sabio desde su propio corazón, que estamos aquí para experimentar una vida más plena, para volvernos plenamente humanos. Porque es a través de ser considerados que nos volvemos plenamente humanos. Cada acción realizada con consideración es valiosa, cada palabra dicha con consideración es preciosa. Toda la enseñanza de Cristo, “Bienaventurados los mansos… los pobres de espíritu”, enseña una sola cosa: consideración. Aunque parezca simple, es una lección difícil de aprender. Entre más queremos actuar de acuerdo con este ideal, más nos damos cuenta de que fallamos. Cuanto más avanzamos en el camino de la consideración, más delicados se vuelven los ojos de nuestra percepción; sentimos y lamentamos el más leve error.

No todas las almas se toman la molestia de recorrer este camino. No todos son plantas; hay muchos que son rocas, y estos no quieren ser considerados, piensan que es demasiado trabajo. Por supuesto la piedra no tiene dolor; es el que siente quien tiene dolor. Aún así, es en el sentimiento que hay vida; la alegría de la vida es tan grande que, incluso con dolor, uno preferiría ser un ser vivo que una roca, porque hay una alegría en vivir, en sentirse vivo, que no se puede expresar en palabras. ¡Después de cuántos millones de años la vida enterrada en piedras y rocas se ha elevado hasta el ser humano! Aún así, si una persona desea permanecer como roca, es mejor que lo haga, aunque la inclinación natural de cada persona debería ser la de desarrollar plenamente las cualidades humanas.

Continuará…

Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.

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