Hazrat Inayat: El Mensaje y el Mensajero, parte IV
Hazrat Inayat Khan habla ahora sobre la presencia eterna del “Alfa y Omega”. La publicación anterior se encuentra aquí.
La clave del secreto del mensajero se encuentra en la Biblia, pero muy pocos reflexionarán sobre ella y la razonarán por sí mismos. La clave está en las palabras: “Yo soy el Alfa y la Omega”, “Yo soy el primero y el último”. ¿Puede eso significar, “Yo vine sólo por un tiempo, y luego fui llamado Jesús, y sólo entonces di un mensaje: No hablé ni antes ni después de ese tiempo”? Alfa y Omega significa Primero y Último; siempre, continuamente presente; nunca ausente desde el principio de la creación hasta el fin.
En la mente inquisitiva surge una pregunta: ¿quién puede ser este Alfa y Omega? ¿Qué era él antes de Jesucristo? ¿Qué será él después de Jesucristo? Para los que ponen el agua del océano en una jarra, esa agua es del océano; pero en realidad sólo el océano es el océano. Cuando los de diversos credos, que tienen diferentes dogmas y formas de culto, dicen que sólo esto o aquello es la enseñanza de Cristo, puede ser parcialmente cierto; pero no es toda la enseñanza de Cristo. Es tan cierto como decir: “Esto es el océano”, cuando uno trae un poco de agua del océano en una jarra.
Esto demuestra que hubo una personalidad llamada Jesucristo que trajo el mensaje; fue la personalidad que era Jesús. Este es el secreto de ese espíritu Alfa y Omega de Cristo. Si tan sólo uno pudiera ver ese espíritu escondido detrás de diferentes personalidades, uno estaría constantemente en la visión de Cristo.
Así como hay tantas almas en el mundo, así también son tantos sus caprichos y sus fantasías. Muchos ven con buenos ojos a un determinado maestro, pero otros tantos no. Y nunca ha habido en el mundo un solo maestro al que todos miraran con buenos ojos. La alabanza no puede existir sin la censura, porque nada tiene existencia sin su opuesto, así como el placer no puede existir sin el dolor. Nadie puede ser grande y no pequeño; nadie puede ser amado y no odiado. No hay nadie que sea odiado por todos y no sea amado por alguien; siempre hay alguien que lo ama.
Si uno se diera cuenta de que el mundo de Dios, Su esplendor y magnificencia, han de verse en el sabio y en el tonto, en el bueno y en el malo, entonces pensaría con tolerancia y reverencia de toda la humanidad, sabiendo que ella representa al mensajero, como el mensajero representa a Dios. Pues nadie ha visto a Dios en ningún momento, pero si hay alguien que representa a Dios, es el hombre que habla Su palabra. Dios es visto en aquel que lo glorifica. Pero si nuestros corazones están cerrados, aunque esperemos mil años a que el mensajero se muestre, nunca lo encontraremos. Porque el que siempre está ahí ha dicho: “Yo soy el Alfa y la Omega. Existo en todo momento. Cuando me llamas, allí estoy. Llama a la puerta y te responderé”. Y los que tienen los ojos abiertos no necesitan ir a una iglesia y mirar un cuadro o una estatua del Señor. En los ojos de cada bebé, en la sonrisa de cada niño inocente, reciben la bendición de Cristo.
Sólo significa cambiar la perspectiva de la vida y reconocer lo divino en el hombre. Pero el hombre ha ignorado el espíritu divino que se manifiesta en la humanidad, y siempre prefiere un ídolo, un cuadro, una imagen, en lugar de al Dios viviente, que está constantemente ante él. Para el sabio, el vidente, el santo y el yogui que comienzan a ver al maestro, y a verlo vivo, no hay lugar donde no pueda ser visto. Entonces en todas partes el amado maestro está listo para responder al llamado del alma que viene del amigo, del padre o del maestro. Y si avanzamos un poco más, encontraremos que el maestro habla en voz alta, no sólo a través de los seres vivos, sino a través de la naturaleza. Si los ojos y los oídos están abiertos, las hojas de los árboles se convierten en páginas de la Biblia. Si el corazón está vivo, la vida entera se convierte en una sola visión de Su sublime belleza, que nos habla a cada momento.
Continuará…
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.