Al Farid: Cómo vino la iluminación
El gran poeta sufi Umar Ibn Al Farid (1181-1234) nació en Egipto de padres sirios, y en su “Adorned Proem to the Diwan” describe su viaje hacia la comprensión espiritual de la siguiente manera.
Cuando empecé por primera vez mi retiro espiritual, pedí permiso a mi padre y subí al Oasis de los Miserables, en la segunda montaña de la cordillera de Muqattam, en El Cairo, donde me quedaba caminando noche y día. Luego volvía obedientemente donde mi padre en deferencia a él y a su corazón. […] Se alegraba mucho de mi regreso, y me hacía sentar con él tanto en la corte como en las sesiones de enseñanza. Pero entonces yo anhelaba un retiro espiritual, por lo que volvía a pedirle permiso y volvía a deambular. Repetí esto una y otra vez hasta que le pidieron a mi padre que se convirtiera en juez principal, pero declinó el puesto y dejó la judicatura. Dejó la vida pública y se dedicó a Dios altísimo en la mezquita de Azhar hasta su muerte -que Dios tenga misericordia de él-. Entonces volví al retiro y a ser errante, siguiendo el camino místico hacia la verdad, pero no me iluminé en lo más mínimo.
Un día dejé de vagar y retorné al Cairo, donde entré a la escuela de derecho. Encontré allí a un viejo verdulero en la puerta de la escuela haciendo abluciones fuera de orden; se lavaba las manos, luego las piernas, después se limpió la cabeza y se lavaba la cara*. Entonces le dije: “Oh Shaykh, ¿estás así de viejo, en la tierra del Islam, en la puerta de la escuela de derecho, entre los eruditos de la jurisprudencia musulmana, y sin embargo haces las abluciones de la oración fuera del orden prescrito por la religión?” Me miró y me dijo: “¡Umar! No serás iluminado en Egipto. Sólo serás iluminado en el Hiyaz, en La Meca, ¡que Dios la glorifique! Así que dirígete allá, porque ¡el momento de tu iluminación está cerca!”.
Entonces supe que aquel hombre se contaba entre los santos de Dios Altísimo y que se disfrazaba con este estilo de vida y fingiendo la ignorancia del orden de las abluciones. Así que me senté ante él y le dije: “Oh, señor, estoy aquí y la Meca está muy lejos, y no encontraré una montura ni un compañero de viaje en los meses que no son de peregrinación”. Entonces me miró, señaló y dijo: “¡Aquí está la Meca ante ti!”. Y yo miré con él y vi la Meca – ¡que Dios la glorifique! Así que le dejé y busqué la Meca, cuya imagen permaneció ante mí hasta que entré en ella casi instantáneamente. Entonces, al entrar, la iluminación me llegó oleada tras oleada y nunca se fue”.
*Los musulmanes deben purificarse antes de la oración, lavándose en el siguiente orden: manos, boca, nariz, cara, parte inferior de los brazos, cabeza, orejas y pies.
Traducido por Inam Anda