¿Estamos alucinando?
En la primera parte de la serie “Aspectos del sufismo”, en la que Hazrat Inayat Khan discute el propósito de nuestra vida en la tierra, él usa el sorprendente término “alucinación moral”. Esto es destacable, tanto por el escaso número de veces en que Pir-o-Murshid habla de alucinación, como también porque, sin nombrar directamente un grupo o una creencia, él muestra claramente su punto de vista frente a las demandas de virtud moral que a veces se hacen. Luego de haber considerado el honor y el amor como posible propósitos de la vida, nuestro maestro llega a la cuestión de la virtud y dice: “uno tiende a suponer y creer que la virtud es la única cosa que importa en la vida, pero resulta que la mayor cantidad de quienes sufren de alucinación moral se encuentra entre los mojigatos”.
La ‘moral’ es una de esas palabras que se refieren a cosas o cualidades tan constitutivas de nuestro entendimiento que resulta difícil definirlas. En sentido general, “moral” significa conducta correcta, pero cuando intentamos determinar qué se entiende como correcto, entramos en dificultades. Por ejemplo, hace miles de años, cuando Zaratustra dirigió al pueblo de Persia, puso un énfasis especial en la necesidad de tratar bien a los perros. Siglos después, cuando apareció la religión del Islam, el perro era considerado sucio, y la mayoría de musulmanes no querían un perro dentro de sus casa. Si atendemos al contexto, sin embargo, esto se vuelve más claro: los persas trashumantes tenían un lugar [para los perros], una necesidad, incluso, pues el perro les ayudaba a ocuparse de sus rebaños, y era una conducta correcta tratar bien estas criaturas. En cambio los árabes asentados en el desierto, en su intento por mantener fuera de sus tiendas a los animales carroñeros, no veían a los perros de la misma manera, y era más “correcto” excluirlos de la casa.
En otras palabras, la moral puede ayudar a orientarnos en los rompecabezas de la vida, pero vienen con un riesgo. Donde sea que tracemos una línea para decir “esto es correcto, esto no lo es”, nos hallamos a menos de medio camino para decir “quienes siguen esta regla son correctos y quienes no la siguen están errados”. Y por esta razón, sin lugar a dudas, Hazrat Inayat Khan habla de los “mojigatos”, refiriéndose a quienes se complacen consigo mismos por su propia superioridad moral. Desde un punto de vista Sufi, cualquier división es desafortunada; la persona espiritual habla de unidad, no de división. Una moral, del valor que sea, no es dada para sentirnos correctos o superiores, sino para que pueda haber felicidad. Como encontramos en Vadan, Chalas, “¿Qué virtud es esa, oh hombre correcto, que no da felicidad?”. Y tenemos que cuidarnos de esperar que otros sigan lo que nosotros consideramos como la moralidad correcta, eso solo llevará a conflicto y profundizará la división. Si vemos la cuestión seriamente, cada uno de nosotros tiene suficiente quehacer por gobernar nuestro propia conducta sin intentar estar supervisando el modo de actuar de los demás.
Más aún, como lo muestra el ejemplo de los perros, lo que puede parecer correcto en un momento puede en otro instante parece incorrecto, y el intento de imponer reglas rígidas solo dispersa duras piedras por nuestro camino. La persona que desea vivir una vida virtuosa tiene que dejar ir los códigos fijos y rígidos, y ver cada momento con la mirada de las almas iluminadas, cuyos “corazones se elevan constantemente”. En ese caso podríamos experimentar la verdad de las palabras del Gayan, Boulas, “no hay acción en este mundo que pueda marcarse como pecado o virtud; es su relación con el alma particular lo que la hace así”.
Traducción por Vadan Juan Camilo Betancur Gómez