Audio 145 : Man’s Sense of Justice (Spanish version)

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El Sentido de Justicia del Hombre

Recientemente, varios grupos de amigos mantuvieron conversaciones reflexivas sobre una frase de Vadan Boulas: “Para juzgar al hombre, Dios toma prestado del hombre su sentido de justicia”. Las discusiones no fueron fáciles – a nadie le gusta pensar en ser juzgado, y hay muchos que han buscado refugio en el sufismo después de una educación religiosa que presentaba a la Divinidad como un juez severo y castigador que escudriña no sólo nuestras acciones, sino también cada pensamiento oculto. En aparente contraste, las enseñanzas sufis dicen que Dios es la perfección del amor, la armonía y la belleza, lo que sugiere que el Sufismo debería ser un refugio seguro.  Y sin embargo, aquí se nos dice que incluso para un Sufi, Dios es un juez. 

Para aumentar el desconcierto, podríamos preguntarnos: “¿Por qué Dios, omnisciente y todopoderoso, tendría que pedirle algo a un ser humano?”. Parece paradójico. 

¿Qué podemos encontrar en este pensamiento? En primer lugar, sí, es cierto que el Sufismo es el camino del corazón, y describimos al Creador como la perfección del amor: Él ha hecho todo a partir de Su amor, y ama incondicionalmente a toda Su creación, desde el santo hasta el peor pecador.  Pero en el Sufismo también hablamos del Espíritu de Guía, presente en todos los nombres y formas. Si hay guía, eso significa que debe haber alguna meta hacia la cual apuntamos, y con la guía debe haber también alguna retroalimentación. Una persona que quiere desarrollar su voz de cantante, por ejemplo, necesita un profesor que comprenda el potencial del alumno y que intente corregir los errores del cantante, todo ello al servicio de la belleza. Un buen profesor no se calla los errores del alumno, pero no todos los alumnos saben escuchar. 

Esto es cierto no sólo para los maestros externos, sino también para nuestro maestro interior. Si el Espíritu de Guía está en todos los nombres y formas, también está en nosotros, como nuestra conciencia, esa brújula interior que a veces nos acordamos de consultar.  Pero incluso cuando nuestro sistema de navegación está descuidado y cubierto de polvo en una estantería, está registrando todo lo que pensamos, decimos y hacemos, y ése es el registro al que nos enfrentaremos cuando dejemos este mundo terrenal. 

Prácticamente todas las religiones tienen alguna tradición de ser juzgados al final de nuestro tiempo en la tierra, y las imágenes nos muestran algo muy interesante. En el antiguo Egipto, el momento del juicio se representaba como el pesaje del corazón de la persona contra una pluma; si el corazón era más ligero que la pluma, el alma sería feliz en el más allá, y si era denso y pesado, el alma estaba condenada.  Es nuestro propio corazón, o nuestra propia condición interior, lo que determina nuestro destino, una verdad no sólo en la eternidad, sino también aquí, en la vida cotidiana. Algo parecido vemos en la religión hindú, donde es el dios de la muerte Yama el encargado de determinar el futuro del alma. Pero Yama no fue creado como un dios, sino que desempeña ese papel porque originalmente era un ser humano y fue la primera persona en morir. En otras palabras, el juicio surge de la experiencia humana. 

La frase del Vadan, por tanto, nos dice que seremos juzgados por nuestro propio sentido de la justicia, lo cual es así no sólo cuando dejemos este mundo, sino en cada momento de nuestra vida. Y si eso suena desalentador, ya que nadie está libre de errores, entonces debemos recordar que la línea de la oración Saum que habla de Dios como el Juez también lo llama, ‘quien perdona nuestras faltas’. 

Tal vez ese sea el verdadero significado de la imagen de Pandora abriendo la caja: la discordia voló por todas partes, pero lo que quedó fue la esperanza. Cuando se examina la copa de nuestro corazón, como seres limitados podemos esperar mucho polvo, pero si tenemos una esperanza sincera en nuestro corazón por la Divina Misericordia, habrá también la luz del perdón, y por la alquimia del amor esa luz solar compasiva puede convertir las innumerables motas de polvo en constelaciones danzantes. 

 
 
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui 

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