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¿Cómo caminar sobre el agua?
Comúnmente situamos el borde del agua como el límite de lo que el ser humano puede intentar; las personas, como prácticamente toda criatura más grande que un insecto, pueden caminar sobre la tierra, pero no sobre el agua. Esta es la razón por la cual el milagro de Jesús caminando sobre el mar de Galilea, ante el asombro de sus discípulos que al comienzo pensaron estar viendo un fantasma, parece ser una prueba de la divinidad del Maestro. Fue después de atestiguar esto que los discípulos adoraron a Jesús como Hijo de Dios, algo que antes no habían hecho. ¿Pero es ésta una habilidad realmente fuera del alcance de nosotros, mortales comunes y corrientes? De acuerdo con el Evangelio de Mateo, Pedro, arrastrado en el momento e invitado por su maestro “¡Ven!”, dio algunos pasos vacilantes antes de recordar dónde estaba y hundirse. ¿Significa esto que se trata de algo alcanzable, por lo que podemos esforzarnos?
En el sufismo no se ofrecen clases de “caminar sobre el agua” (aunque en nuestra época con seguridad sería un éxito inmediato de mercadeo en línea), pero en el Vadan Alankaras encontramos esto: “enséñame, Señor, a caminar sobre el océano de la vida”. ¿Por qué Pir-o-Murshid Inayat habla de la vida como un océano? ¿Por ser grande? Quizás. Nada puede hacernos sentir más pequeños que el extenso horizonte del mar, y la vida tampoco tiene límites. El mar también es opaco; desde la superficie tenemos poca idea de lo que puede esconderse en las profundidades; nuestra atención puede ser captada sin previo aviso por el destello plateado de un pez o por el bulto que surge y el ojo sabio de una ballena, cuando no por algo más siniestro. Eso también se parece a la vida. Más aún, es un desafío navegar en el mar. Tomó un largo tiempo a las tempranas civilizaciones resolver la manera de orientarse una vez perdían de vista la tierra. Lo que tal vez resulta más significativo: el mar no es estable en el modo en que la tierra lo es. El mar se ve afectado por mareas y corrientes, olas que se levantan y rompen, tiene repentinos cambios de viento, y tormentas que atacan sin piedad. Pensando en todas esas cualidades, podemos fácilmente coincidir en que el océano es una excelente metáfora de la vida, y que “caminar” sobre el mar puede significar el dominio sobre todo lo que la vida puede arrojarnos. Pero el refrán pide que se nos enseñe; eso nos dice que algo hay por aprender, ¿pero qué? ¿Y cómo lo aprendemos?
Si nos lanzamos al mar, hay tres posibles consecuencias: nos podemos hundir, podemos flotar o, si hemos aprendido lo que se requiere, podemos ponernos de pie sobre las olas. Hundirse significa estar en las garras de “la densidad de la tierra” y, a menos que algo cambie, nos dirigimos como un barco que se hunde hacia el fondo del mar. Flotar es mejor; significa que encontramos alguna familiaridad con el océano, si bien las olas aún pueden seguir sacudiéndonos, pues la situación no está bajo nuestro control. Caminar sobre las olas significa haber descubierto algo del cielo en nuestra naturaleza, una conexión vertical que nos eleva por encima de la agitación del mar. Esto nos puede evocar el corazón alado, capaz de levantar vuelo cuando responde a la luz de guía.
En el Gayan Gamakas se encuentran las siguientes líneas: “cuando aparto a mi ser real del falso, conozco todas las cosas y sin embargo permanezco alejado, y así me elevo por encima de todo cambio de la vida”. Lo que tenemos que aprender, entonces, para caminar sobre las siempre cambiantes olas de la vida, es a distinguir nuestro ser real del falso. Una pista es que el ser real es aquel que se estira hacia arriba. Las dos alas del corazón son la indiferencia (es decir, la falta de preocupación sobre lo que no puede cambiarse) y la independencia. Es por medio del ejercicio continuo de esas alas que, como un pequeño polluelo aprendiendo a volar, estas se harán lo suficientemente fuertes para soportar nuestro peso. Tarde o temprano, el momento de despegar llegará.
Traducido por Vadan Juan Camilo Betancur Gómez