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En busca del corazón
¿Qué es el corazón? En el siglo IX, un médico y académico persa llamado Ali ibn Sahl al Tabari, un hombre al parecer reflexivo que logró entre otras cosas producir la primera enciclopedia médica conocida, escribió: “desde el tiempo de Adán hasta la resurrección la gente clama “el corazón, el corazón”, y yo deseo dar con alguien que describa lo que es o cómo es el corazón, pero no hallo a nadie. ¿Qué es entonces el corazón, del cual solo escucho el nombre?… Todas las evidencias de la Verdad existen en el corazón, aunque de este solo encontramos el nombre”.
Podríamos hacer la misma pregunta. En la travesía hacia el Uno, el sufismo pone un gran énfasis en el corazón; Hazrat Inayat Khan dijo que si alguien, pretendiendo encasillarnos como seguidores de una fe o grupo determinados, pregunta qué religión es el sufismo, podremos responder: “la religión del corazón”. Según esta respuesta, nosotros somos, o tratamos de ser, universales, pues cada uno nació con un corazón. Pero algunos corazones son cálidos y otros fríos, algunos corazones son acogedores y otros herméticos, como un puño cerrado. Puede que el corazón sea universal, pero no el de cualquiera cumple su propósito. ¿Por qué?
Es un misterio que hemos de intentar resolver. En el sermón “La afinación del corazón”, en el volumen XIV, titulado “La frente que sonríe”, nos dice nuestro maestro: no hay nada que no sacrifiquemos, cumplamos o enfrentemos cuando se despierta la cualidad del corazón. Toda cobardía y debilidad, miseria y desgracia, llevan cuando la cualidad del corazón está velada y el hombre comienza a vivir en su cerebro.
Encerrarse en la mente es miserable, una suerte de exilio dentro de nuestro propio ser, pero vivenciar la cualidad del corazón puede transformar la propia vida. La mayoría de nosotros apenas tenuemente nos damos cuenta de esto, pero con frecuencia continuamos, día a día, soportando y perpetuando una adversidad auto-creada. ¿Qué podemos hacer para descubrir la cualidad del corazón?
Comienza por la belleza, pues la belleza es la que nos vuelve conscientes de nuestro corazón. Muchos primero responden ante la belleza externa, la belleza de la creación: la alegría de un inocente niño, por ejemplo, o el toldo sublime de una noche estrellada. Entonces quizás comencemos a reconocer la belleza de nuestros reinos interiores, donde hallamos lo invisible, la gracia y el amor innegables, y aquellas cualidades como la cordialidad, la generosidad y la compasión. Y a medida que contemplemos estas cualidades, también comenzaremos a despojarnos, consciente o inconscientemente, del lastre de los sentimientos negativos (antagonismo, resentimiento, envidia y todo el resto de ellos) que hemos mantenido almacenados dentro.
Si perseveramos en nuestra búsqueda de la cualidad del corazón, algún día llegará el reconocimiento de que el corazón es ilimitado. Él podrá contener cualquier cosa que se le ponga dentro. Si nuestro horizonte es pequeño, nuestro corazón será estrecho, a lo sumo será como un guisante marchito; si en cambio es amplio, podremos albergar el universo entero en nuestro corazón. Este es, podríamos decir, un espejo, pero uno viviente, un espejo divino que, como tal, merece en sí mismo nuestra admiración, pues si anhelamos vivenciar la divina presencia, esta solo ha de encontrarse dentro del corazón humano.
Al contemplar humildemente este espejo, nuestro pequeño yo se desvanece y podemos recordar esas palabras de Hazrat Inayat Khan: mi corazón ya no me pertenece, desde que lo habéis vuelto tu morada, mi Señor.
Traducción por
Vadan Juan Camilo Betancur Gómez