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El Valor de la Observación Inner Call Podcast #116
Había una vez, cierto león que era el rey de un gran bosque. Su dominio fue supremo, pero el tiempo pasa incluso para los reyes, y finalmente las patas del león no se movieron tan rápido, sus garras no parecían tan afiladas, y comenzó a cansarse de tener que buscar su comida. Se dijo a sí mismo que no era su avanzada edad, sino su dignidad lo que le impedía cazar. Yo soy su rey, es el deber de los habitantes del bosque servirme, pensó. Seguramente está por debajo de mi posición correr tras una gacela recién nacida, que insiste insolentemente en intentar escapar de mis mandíbulas reales.
Por lo tanto, después de pensarlo mucho, y apurado por el rugido hambriento de su estómago, el león dio con un plan: dejar que se difundiera la noticia de que estaba enfermo. Naturalmente, se dijo a sí mismo, cuando las criaturas del bosque se enteren de que no estoy bien, vendrán a visitarme. Entonces nada va a ser más fácil que hacer una cena de mis visitas.
En consecuencia, el león se retiró a una cueva y envió un mensaje por todo el bosque de que se sentía muy mal. Como esperaba el león, las criaturas del bosque pronto fueron a visitarle, deseándole una pronta recuperación, pero aquellas que lo hicieron nunca más fueron vistas, y el león se sintió satisfecho de que su problema de cacería ahora estaba resuelto.
El abuso de buenos modales por parte del león podría haber continuado hasta que el bosque estuviese completamente vacío, de no haber sido por la visita de un pequeño zorro. El zorro no era rival para el león en fuerza, por supuesto que no. Pero era listo, como es la naturaleza de los zorros, y tuvo sus sospechas: se preguntó si el león realmente estaba enfermo, o si había algo más en marcha. Por lo tanto, parándose bien afuera de la cueva, gritó: “¿Puede un súbdito humilde preguntar, es esta la morada del Rey del Bosque?”
“¿Quién está ahí?” preguntó el león. “Zorro, ¿eres tú?”
“Qué perspicaz es su alteza”, respondió el zorro, “a pesar de su enfermedad. Entonces, su audición no se ve afectada”.
“Siempre voy a reconocer tu voz”, respondió el león. “Incluso si la muerte estuviese lista para llevarme. Pero zorro, ¿por qué estás tan lejos? Acércate”.
“Un humilde zorro”, respondió el zorro, “no es digno de acercarse a la grandeza de un león”. Pero dio algunos pasos hacia la boca de la cueva esperando aprender un poco más.
“Más cerca”, dijo el león. “Tu visita toca mi corazón. Deseo tenerte cerca de mí”. El zorro dio unos pasos más, pero mantuvo la cabeza gacha, como si estuviera desviando su mirada del rey.
“Ven zorro”, dijo el león, “no más pudor entre viejos amigos. Levanta la cabeza y avanza. No tienes idea de lo contento que estaré de tenerte aquí a mi lado. Será un gran consuelo”.
“Eso dice, su grandeza”, dijo el zorro, que de hecho antes había estado estudiando las huellas de la cueva. Vio muchas huellas de patas y pezuñas entraron en la cueva, pero ni una sola huella de salida. “Veo que muchos han venido y ninguno se ha ido. ¡Esa cueva debe estar muy llena! No hay lugar para mí”, concluyó. “Entonces”, dijo el zorro con un movimiento de su cola, “¡me iré!”
Y el zorro salió corriendo. Y se aseguró de que desde ese mismo día el león no recibiera más visitantes.
Traducido por Yaqín, Rodrigo Esteban Anda