Compasión y perdón
¿Simpatizas con los demás? ¿O cuando ves a alguien luchando miras hacia otro lado, tratando de ignorar sus dificultades, intentando quizás mantener tu atención en tus propios asuntos?
La medida en que podemos simpatizar con nuestros semejantes depende en gran medida de nuestra propia experiencia. Es el que ha estado gravemente enfermo el que puede, sin ningún esfuerzo, sentir el sufrimiento de alguien atormentado por la enfermedad. Es quien ha conocido la soledad quien puede reconocer la tristeza de alguien que está aislado. Es quien ha soportado el dolor de un amor no correspondido quien conoce la fiebre ardiente de un verdadero Majnun. Es quien ha conocido la muerte de alguien cercano quien puede comprender el dolor sin palabras de otro. Sin embargo, sea cual sea nuestra experiencia, nuestra simpatía siempre está limitada por el horizonte de nuestra propia individualidad. Sólo la Presencia Divina no tiene límites; la Consciencia Divina es omnipresente y, por lo tanto, conoce todo el sufrimiento, toda la dificultad, toda la pena y el dolor y la tristeza que experimentan los seres humanos.
Es un paso corto, entonces, decir que en esta consciencia está el origen de la compasión Divina. A lo largo de los milenios, almas iluminadas han hablado elocuentemente de la compasión de Dios, instándonos a creer en ella y a confiar, pero es un mensaje que a menudo se ha recibido más como una teoría que como una realidad. Muchos suponen que Dios hace poco caso de nuestras dificultades, que está alejado de nuestro camino de espinas. Quizás lo que nos hace dudar es nuestra falta de reconocimiento de que cuando sufrimos, Dios también sufre – cada dolor, cada pena está escrita en la consciencia infinita incluso más claramente que en nuestra propia porción limitada. Nuestra consciencia es empañada por nuestra falta de percepción clara, pero la Verdad no es aislada por este enfoque borroso.
Además, hay un aspecto de la compasión Divina que es difícil de comprender para el ser humano, y reside en el papel de Dios como Creador.Se nos ha dicho que Dios era un tesoro oculto que deseaba ser conocido, y de ese deseo surgió el impulso de la Creación. Todo surgió para que el Uno pudiera ser descubierto en un momento infinitamente gozoso de regreso al hogar. El poder ilimitado del amor produjo el caleidoscopio siempre desplegable de formas a través de las cuales la consciencia individualizada puede evolucionar hacia la realización de la Unidad, pero esa manifestación lleva inherentemente la carga de la limitación y el sufrimiento. Los padres humanos saben lo doloroso que es cuando sus cuidados causan dolor a sus hijos.La infancia está llena de situaciones físicas en las que la solución requiere un dolor adicional -pensemos en aflojar un diente de leche o arreglar un hueso roto. Podemos imaginar entonces la profundidad de la compasión del Creador, que, por amor, ha hecho una creación en la que los opuestos de alegría y dolor están equilibrados y la luz está inevitablemente marcada con sombras. Intentamos esquivar las nubes de lluvia y buscar los rayos de sol, pero ambos son inevitables. Sólo cuando nos rendimos a los brazos del Divino Creador encontramos consuelo y descanso en el corazón de la compasión.
Y como sabemos por nuestras propias relaciones humanas, es la compasión la que permite que fluya fácilmente el perdón. Todos somos imperfectos; la perfección sólo es posible cuando nos olvidamos de nosotros mismos en el Uno. Por lo tanto, todos hemos quedado por debajo de la marca a la que nos llama la Perfección Divina. Pero en Vadan Boulas encontramos que la Perfección perdona y la limitación juzga. Cuando sabemos que alguien ha tenido que recorrer un camino difícil, si presenta la más mínima disculpa, o muestra el menor signo de contrición, nuestra compasión por su situación responderá con el perdón. En la Presencia Divina, esta forma alcanza su perfección. En Vadan Chalas encontramos la forma más bella del amor de Dios es Su compasión, Su divino perdón. El perdón nos espera, si tan sólo lo buscamos sinceramente.
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui