Desde Barcelona: ¿Por qué nos gustan las diferencias?
Nos encontramos una vez más en Barcelona, visitando aquí a miembros de nuestra familia Sufí, la segunda visita en menos de dos meses. Cuando vinimos la última vez, la situación política de Cataluña acababa de tornarse en una agitada e inesperada crisis, y nuestros amigos estaban preocupados de que incluso no lográramos llegar: tal vez, temían, que los aeropuertos llegaran a cerrarse si la situación se hubiera tornado aún más agitada. En esta visita la ciudad luce normal, aunque nos han dicho que bajo la superficie las tensiones permanecen, sin una manera obvia de resolverlas. Y aun, comparada con muchos lugares del mundo, esta luce como una comunidad ordenada, pacífica y próspera. ¿Por qué tendría que haber ira? Como lo planteó un amigo, “¿Cómo puede gente que esta de acuerdo en tantas cosas no encontrar una manera de trabajar juntos?”
Sería imprudente comentar sobre la discordia en curso; un Sufí ve la razón en todas las razones, sin sentir necesidad de tomar parte en ninguna de ellas. Sin embargo, ha habido muchos casos en la historia que en retrospectiva parecen encarnar una incomprensible exageración de las diferencias, un convertir de las distinciones en algo aparentemente sagrado, y por consiguiente fuera de discusión o negociación. En el siglo XVII, en Rusia, por ejemplo, hubo una encarnizada división religiosa que se focalizaba en la forma en la que los creyentes cristianos colocaban la mano al hacer el signo de la cruz. Solo un pequeño cambio en la localización del pulgar – en el dedo anular o unido junto con los dedos índice y medio – era excusa suficiente para denunciar y vilipendiar compañeros cristianos, exiliarlos fuera de sus hogares y comunidades, o incluso matarlos. Sin duda aquellos involucrados en este conflicto habrían dicho que esta es una sobre simplificación del tema, pero si buscamos encontrar armonía, tenemos que dejar atrás las rigideces, y permitir alguna relajación de conceptos y fronteras. El mundo de las manifestaciones es complejo, y mientras más de cerca miremos los detalles, más división encontraremos. Nuestro problema es que los seres humanos en cierta etapa de evolución gustan de las diferencias, porque estas soportan nuestra pretensión de ser “yo”, de ser distintos a cualquier otro – aunque, paradójicamente, esto nos hace más pequeños, no más grandes. Hazrat Inayat Khan, observaba que incluso en el mismo rosal, no hay dos rosas iguales. ¿Pero significa esto que debemos encontrar solo una rosa que nos guste y arrojar las otras al fuego? Esto de hecho haría muy escasa la abundancia en el jardín.
El mundo de la creación es un mundo de diferencias, y siempre lo será, pero si buscamos armonía, tememos que mirar más allá de estas divisiones. Detrás del infinitamente vasto baile de átomos y moléculas y formas y seres efectuando una serie de complejas interacciones, existe una Única verdad; es allí donde nos reunimos.
Cuando decimos la oración Khatum, pedimos a la Divina Presencia “elévanos por encima de las distinciones y diferencias” que nos separan de los otros. Tal ascenso no sucede sin nuestra propia participación; viene cuando miramos hacia arriba con confianza, esperanza y admiración, y olvidamos de este modo nuestra propia autoafirmación. Es una transformación natural, pero llega porque la deseamos. Como dice Hazrat Inayat Khan en el Vadan,
¿Cómo me elevé por encima de la estrechez?
Los bordes de mis propios muros
comenzaron a herir mis codos.
Traducción al español. Hafiz Juan Manuel Angel