Hazrat Inayat: Confesiones, parte II – Mi Estudio de las Religiones
Para la parte I de las Confesiones, que ofrece algunos recuerdos de la infancia del Maestro, mira esta publicación.
“La sabiduría que es la obradora de todas las cosas, me enseñó, porque en ella hay un espíritu comprensivo”
– Salomón.
Primero estudié las religiones comparadas con una mente abierta; no con espíritu crítico, sino como admirador y amante de la verdad en todas sus formas. Leí las vidas de los fundadores, profetas y videntes con tanta reverencia como sus seguidores más devotos. Esto me trajo la dicha de comprender una verdad, que todas las religiones contienen, como diferentes vasijas pueden a su vez contener el mismo vino. Era la concepción de la verdad en todas sus múltiples formas y expresiones, siempre llevada por diferentes mensajeros, que de manera maravillosa, por su propia diversidad de vestimenta, civilización, nacionalidad y edad, revelaban la única Fuente de inspiración. Para mí, su única diferencia fue causada por las leyes del espacio y el tiempo.
Por lo tanto, era natural que los mensajeros de la verdad transmitieran su mensaje en el idioma de la tierra en la que nacieron, y en el estilo adecuado a la vida de su época. Porque cada uno era necesario en su lugar y adaptado a su época, y la diferencia entre ellos sólo existía en aquellos principios y rituales que se daban a la gente de aquel tiempo y armonizaban con su nivel de inteligencia y evolución: igual que un médico tiene que cambiar sus prescripciones según el estado de mejoría del paciente antes de poder producir la cura; o como en la escuela, en cada período y en cada año, se enseña un nuevo curso de estudio a través de diferentes grados.
El hombre, al no comprender generalmente este hecho y su motivo, y debido a la ciega fe dogmática que le obsesiona, se ha aferrado siempre al originador y ha ignorado al nuevo profeta. Tal fue la suerte común de Moisés, Jesús y Mahoma, y de todos los Maestros e Iluminados que han revelado en las penas que tuvieron que soportar durante sus propias vidas la lucha entre la cruz y la verdad, que se expresa mediante el símbolo de la cruz. El daño que siempre han sufrido los profetas radicaba en la rebelión de los ignorantes, que eran incapaces de darse cuenta de la verdad oculta en sus enseñanzas, y por ello se burlaban y mofaban de ellos. Pero todos los verdaderos mensajeros afirmaron justamente la verdad de una manera adecuada al período en el que trajeron su mensaje.
“Quienquiera que entre en la ciudad del Amor no encuentra más que espacio para el Uno, y solamente en la unión de la Unidad”
-Jami
Los maestros de los hindúes, como Shiva, Vishnu, Rama y Krishna, afirmaban cada uno a su vez ser una reencarnación de otro, o en otras palabras, una encarnación de Brahma, el Dios supremo, porque el pueblo no les habría escuchado sin esta proclamación. De este modo, los materialistas, que nunca se mueven ni un milímetro sin una razón y una lógica definidas, fueron adiestrados por el Buda Gautama, que les explicó la gran verdad con las sencillas palabras de su propio idioma.
Zoroastro impartió la ley de la acción y el culto a la naturaleza, el significado místico de los sacrificios y el fuego, el símbolo del amor, la luz y la pureza, y los adaptó al nivel intelectual de sus seguidores. El rey Salomón reveló la verdad desde su trono cuando sus sencillos súbditos le adoraban como a Dios, y Abraham predicó cuando la devoción era idolatrada, y estaba dispuesto incluso a sacrificar a su propio hijo a la Voluntad divina.
Cuando el mundo se despertó a la belleza de la música, David cantó la misma verdad en su voz más melodiosa, y cuando la belleza reinaba en su justo dominio, José apareció en toda su juventud y encanto. Moisés vino cuando los hombres estaban sedientos de milagros. Y en la era del poder hereditario, Cristo, como Hijo de Dios, apartó al mundo de la ignorancia y el error, y sembró la semilla de la libertad espiritual; ésta, con el tiempo, creció y dio lugar a la época de la democracia, en la que Mahoma llevó el último mensaje de la república religiosa, el Islam, y afirmó ser Abda, el sirviente, y el Rasul de Dios.
Esto implica que cada uno de ellos, sin dejar de ser el portador de la misión, el heraldo del decreto de Dios, fue también un nuevo paso en la evolución humana, en aquellos tiempos en que el mundo estaba lo suficientemente maduro y preparado para recibir el mensaje, no de un pretendiente superior sino de uno entre las Huestes Luminosas.
Continuará…
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.