Hazrat Inayat : Confessions pt VI – My interest in Sufism (Spanish version)

Hazrat Inayat, Confesiones pt. VI: Mi interés en el sufismo 

Si bien hubo influencia sufi en su propia familia, Hazrat Inayat Khan empieza aquí a describir varios eventos que, durante su recorrido por la India, abrieron el paso a su camino sufi. La publicación anterior de la serie está aquí. 

El constructor de pozos sigue al agua; el arquero dobla el arco; el carpintero talla un tronco de madera; el sabio se modela a sí mismo. 
(Dhammapada) 

En Ajmer* visité el sepulcro de Khwaja Muinuddin Chishti, el santo sufi más famoso de la India. La atmósfera de su último lugar de Descanso era un fenómeno en sí mismo; una sensación de calma y paz se difundía en él y, aún entre toda esa multitud de peregrinos, yo me sentí como si fuera el único allí presente. Al caer la noche fui a casa y recé el Tahajud, la oración de medianoche. Y he aquí que al final de mis oraciones llegó a mí una voz, como en respuesta a mis invocaciones. Era la voz de un faquir que llamaba a la gente a orar antes del amanecer, y cantaba: “¡Despertad, oh humanidad, de vuestro profundo sueño! No sabéis que la muerte os vigila a cada momento. No podéis imaginar cuán grande peso habéis reunido para cargar sobre vuestros hombros y cuán largo es el camino por delante. ¡Arriba! ¡Arriba! ¡La noche ha pasado y el sol pronto se elevará!”. 

El silencio sobrenatural de aquella hora y la solemnidad de la canción me conmovieron hasta las lágrimas. Sentado sobre mi manta con mi rosario en la mano, consideré que todas las aptitudes y reputación que yo había conseguido eran completamente en vano con respecto a mi Najat o salvación. Reconocí que el mundo no era un escenario dispuesto para nuestra diversión ni un bazar para satisfacer la vanidad y el deseo, sino una escuela donde se aprende una dura lección. Fue entonces cuando escogí un camino diferente al que yo había seguido hasta ese momento; en otras palabras, pasé a una nueva página en mi vida. 

Llegó la mañana y los pájaros comenzaron su himno de alabanza a Dios. Escuché pasar hombres y mujeres abajo, algunos yendo a la mezquita, otros a los templos, y la masa general se dirigía al trabajo que les daba el pan de cada día. Yo también seguí adelante y, perdido en mis pensamientos, sin saber mi destino, me dirigí hacia la jungla, con un anhelo interior de estar retirado del mundo y dar rienda suelta a los pensamientos y emociones en los que mi mente estaba tan ocupada. 

Llegué entonces a un cementerio en donde un grupo de derviches se sentaba sobre la grama verde, charlando juntos. Todos estaban pobremente vestidos, algunos sin zapatos y otros sin abrigos; uno tenía una camisa con solo una manga y otro carecía de ambas. Uno vestía una bata con miles de parches y el siguiente un sombrero sin la copa. Este raro grupo atrajo mi atención y me senté allí por algún rato, atendiendo a todo lo que estaba sucediendo, aunque simulando estar por completo indiferente.  

Poco después su Pir-o-Murshid o maestro llegó hacia ellos, vestido más precariamente aún que ellos, y con un grupo de derviches rodeándolo mientras se acercaba. Dos de estos encabezaban esta rara procesión, y con cada paso vociferaban, “Hosh bar dam, nazar bar qadam, khalwat dar anjuman!’ (¡sé consciente de tu respiración y observa cada paso que das, entonces experimenta la soledad entre la muchedumbre!). 

Cuando el Murshid llegó a la asamblea de sus discípulos, cada uno se saludó diciendo “Ishq Allah Mabud Allah!” (¡Dios es amor y Dios es el Amado!). Fue este saludo el que más tarde me develó las palabras bíblicas de que “Dios es amor”, y también el verso del poeta árabe Abul Ala, que dice: 
Iglesia, un templo o de la Kaba una piedra,  
el Corán o la Biblia, o el hueso de un mártir,  
todo esto y más mi corazón tolera  
pues mi religión solo es de amor. 

La solemnidad de las palabras sagradas que ellos decían encontró eco en mi alma, por eso observé su ceremonia con más atención todavía. Naturalmente, a primera vista su pobreza extrema era desconcertante, pero antes de verlos había aprendido cómo el santo Profeta siempre había rezado a Alá para que le mantuviera en vida entre los miskīn o derviches, quienes voluntariamente escogen esta humilde forma de vida. Los extraños parches en sus ropas me recordaron las palabras de Hafiz: “no te engañes por mangas cortas llenas de remiendos, pues brazos más poderosos se esconden bajo ellas”. 

Continuará… 

* Ajmer: ciudad en el distrito de Ajmer, en el Estado de Rajastán de la India. Dado que allí se encuentra el santuario de Khwaja Muinuddin Chishti, esta ciudad es un importante centro de peregrinaje para los sufíes. 

Traducción por Vadan Juan Camilo Betancur G. 

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