Hazrat Inayat : Fe pt. IV
Continuamos con nuestra corta serie de enseñanzas de Hazrat Inayat Khan sobre el tema de la fe, donde nos muestra que nuestra fe puede hacer que incluso un ladrón sea digno de confianza. El artículo anterior de la serie se puede encontrar aquí.
Una persona puede dudar y dudar; en un momento cree que las cosas saldrán bien, y luego teme que tal vez no. Otra persona confiará, y estará observando, y su confianza se hará más grande con cada experiencia.
Hay una historia de un sufí que viajaba con una caravana a través de Arabia. Entre los viajeros había algunos que llevaban dinero para sus gastos. Llegaron a un lugar donde se decía que era probable que hubiera ladrones y que cada uno debía cuidar de su propio bolso, ya que muchas caravanas habían sido robadas en esa zona. Este joven sufí también tenía algo de dinero, pero pensó para sí mismo: “No tengo dónde guardar mi dinero. Encontraré a un hombre con el que pueda dejarlo. ¿A quién puedo dárselo por seguridad?” Se preguntaba si podría haber algún pueblo o asentamiento, pero sólo podía ver una tienda a cierta distancia de donde la caravana se había detenido.
Así que fue y encontró a un hombre sentado, fumando su pipa en la tienda. Se le acercó y le dijo: “No le conozco, señor, pero he oído que aquí hay ladrones, y que muchas caravanas han sido robadas, y yo soy un hombre pobre. Pensé que debía proteger mi dinero, si tan sólo pudiera encontrar a alguien en quien pudiera confiar. Habiendo encontrado esta tienda, siento que debo confiárselo a usted.” Dejó el bolso y volvió a la caravana. Cuando llegó, se encontró con que la caravana había sido robada y todos habían perdido su dinero. Estaba muy contento de haber escapado. Todos se quejaban y se lamentaban por sus pérdidas. Pensó que, en cualquier caso, estaba a salvo. Luego describieron a los ladrones, diciendo cuántos de ellos habían venido, cuántos habían estado allí.
Volvió a la tienda para recoger su dinero de nuevo. Encontró al mismo hombre fumando allí, pero estaba rodeado de muchos hombres, ya que resultó ser el jefe de los ladrones. Los otros estaban sentados allí, peleando y disputando qué parte debía tomar cada uno, y el jefe les ayudaba a dividir el botín. Así que el joven tenía miedo de acercarse; y al mismo tiempo no podía dejar de pensar en lo tonto que había sido al no haber guardado él mismo su dinero, porque mientras lo llevaba, los ladrones habían llegado, y así habría escapado de todos modos. Los otros habían perdido todo, pero él se había engañado a sí mismo.
Mientras pensaba esto, y estaba a punto de darse la vuelta, el jefe llamó para que lo trajeran. Se acercó al jefe temblando porque creía que ahora incluso su vida estaba en peligro. El jefe le dijo: “¿Por qué has venido aquí? ¿Por qué te das la vuelta?” El joven preguntó: “¿No eres tú el jefe de los ladrones? Entonces, ¿por qué no querría irme? ¿De qué sirve venir?” El jefe respondió: “Hombre, recibí tu dinero para guardarlo; no te lo robé. Confiaste en mí. El dinero está por lo tanto en mi confianza. Aunque sea un ladrón, no soy deshonesto. Me gano la vida robando y no rompiendo la confianza. Me confiaste tu dinero, y tu dinero está a salvo. Aquí está para que lo recuperes de nuevo.” Así que el joven estaba encantado, reflexionando sobre lo buena que es la confianza, tanto que uno puede tener fe incluso en un ladrón, ya que había demostrado ser digno de confianza.
Podemos ver esto en nuestra vida diaria. Un sirviente, un ayudante, un asistente, un compañero de trabajo, un socio, pueden volverse confiables o desconfiados, dignos de confianza o indignos de confianza; esto lo hacemos nosotros mismos por nuestra propia fe. Cuán cierto es que cuando la fe empieza a fallar, cuando las dudas empiezan a venir, la pérdida de la fe continúa hasta que una persona empieza a dudar de sus amigos más cercanos y queridos. El marido puede dudar de la esposa; la esposa puede dudar del marido; el hermano puede dudar de la hermana; los padres pueden dudar de los hijos. Uno puede dudar de su amigo más cercano, y al final uno duda de sí mismo. Ese es el límite máximo; a partir de ahí la vida no puede ser nada menos que una tortura.
Continuará..
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui