Hazrat Inayat: Idolatría, pt. III
En la última parte de esta lectura, Hazrat Inayat Khan considera la relación entre adorar un ídolo y adorar a Dios como ideal. La anterior publicación de la serie se encuentra acá.
A los ojos los sabios de todas las épocas, el universo ha sido una única inmanencia del Ser divino. Y lo que no puede ser comparado, o no tiene punto de comparación, ha sido difícil de explicar en el lenguaje humano. Por lo tanto, la idea de los sabios siempre ha sido permitir que el ser humano adore a Dios de cualquier modo en que sea capaz de imaginarlo. Podría rastrearse en historias y tradiciones que los árboles, animales y aves fueron venerados, también los ríos y mares, los planetas, el sol y la luna. Los héroes de todo tipo fueron alabados. Ha habido adoración de los ancestros, de los espíritus, buenos y malos. Y el Señor del cielo llegó a ser venerado por unos como el Creador, por otros como el Sustentador, por otros como el Destructor, y por otros como el Rey de todo. Los sabios han tolerado todos los aspectos de adoración, viendo que en todos se venera el mismo Dios en distintas formas y nombres, aunque aún no se reconozca que el dios de otra persona es el mismo dios venerado por los demás. Por eso, la religión hindú reconoció aquellos muchos dioses en un Dios, y al tiempo reconoció un Dios en toda su miríada de formas.
Llegó un momento en que Dios se elevó de la forma del ídolo a la del ideal, y esto sin duda fue un progreso. Sin embargo, aún en el ideal sigue siendo un ídolo, y a menos que la cuestión de la vida y su perfección sea resuelta por el Dios-ideal, por el amor y la veneración a Dios, no se habrá llegado al objeto que buscan todas las religiones.
La necesidad del Dios-ideal es como la necesidad de un barco para navegar a través del océano de la eternidad. Y así como se corre el peligro de hundirse en el mar sin un barco, así mismo hay un peligro de caer presa de la mortalidad para quien carece de Dios-ideal. La dificultad del creyente siempre ha sido tan grande como la del no-creyente, pues un simple creyente, como regla, conoce a Dios a partir de la imagen que su sacerdote le ha dado: Dios el Bueno, o el Sustentador, o el Misericordioso; y cuando el creyente en el Dios justo ve injusticia en la vida, y el creyente en el Dios amoroso ve crueldad a su alrededor, y cuando el creyente en el dios Sustentador tiene que enfrentar la hambruna, entonces llega el momento en que se rompe la cuerda de esa creencia. ¡Cuántos, en esta última guerra, han comenzado a dudar y cuestionar la existencia de Dios, algunos incluso volviéndose completamente no creyentes.
La idolatría, de algún modo, ha sido para el ser humano como una lección en la práctica paciente de su fe y su creencia ante inconscientes dioses de piedra, postrándose e inclinándose ante el dios-ídolo hecho con sus propias manos. Ninguna respuesta en la aflicción, ningún apretón de manos en la pobreza, ninguna caricia o abrazo de compasión viene de aquel sordo dios. Y sin embargo la fe y la creencia son conservadas bajo tales circunstancias, y es una creencia tal que está fundada sobre una roca y que soporta la lluvia y la tormenta, impasible e invicta. Al fin y al cabo, ¿cuál es la morada de Dios? Es la creencia humana. ¿Y en dónde se sienta Él? Su trono es la fe humana. De manera que la idolatría fue el estadio inicial en el fortalecimiento de la fe y en la creencia en Dios, el ideal, que es la única fuente de realización de la verdad.
Cuando el mundo evolucionó al punto en que un creyente en Dios ya era capaz de ver su Dios incluso en el ídolo y comunicarse con él con el poder de su fe, vino entonces la siguiente enseñanza para el creyente, la que fue dada por la serie de profetas de Ben Israel. Desde Abraham hasta Moisés, desde Moisés hasta Cristo, se impartió la enseñanza que culminó en el mensaje de Mahoma. La idea de esta siguiente lección fue convertir el ídolo en un ideal, y elevarse de la veneración de una forma a la veneración abstracta. Mediante la oración, alabando al Señor, mediante la glorificación de su nombre, mediante la meditación sobre sus atributos, admirando su virtud, realizando su bondad, el ser humano creó a Dios en su propio corazón. Este era también el propósito de la idolatría, pero fue solo su primera lección. La segunda era liberar la propia mente de la forma; pues cuando Dios es reconocido en una forma, se abandonan las otras tantas formas, porque entonces todas esas son reconocidas también como sus formas.
El ser humano tiene una debilidad en su naturaleza, y es que cuando algo se le da por su bien, y esto le gusta, se apega a ello hasta sacar de ahí malos resultados. Una vez apegado a ello, desea no dejarlo ir nunca. Si un médico da una medicina a su paciente y al paciente le gusta, se deja enredar por esto, y desea continuar con ello hasta que en lugar de ser una medicina para su curación se convierte en un vicio para su destrucción. Entonces la idolatría se convierte gradualmente en un vicio, hasta que los nuevos mensajeros tienen que luchar con ella y romperla como con un martillo. Pero en casos en que se consideró solo como una primera lección, la idolatría trajo consigo un gran progreso, y preparó a la gente para recibir la segunda lección, la del Dios-ideal, que tanto han encontrado tan difícil de aprender.
Evidentemente, es cierto que Dios no puede ser venerado sin idolatría de una forma o de otra, aunque mucha gente puede tomarlo como absurdo. Dios es lo que el ser humano hace de Él, aunque su ser verdadero está más allá de la capacidad humana de crear, o incluso de percibir, y por ende la verdadera creencia en Dios es ininteligible. El ser humano hace solo esa parte de Dios que es inteligible. Lo hace en la forma humana o a partir de los atributos que le parecen buenos en el ser humano. Esta es la única manera de modelar a Dios, si el ser humano lo llega a intentar. Hacer una estatua de piedra en alguna forma y adorarla como Dios es el estadio primitivo de culto, y representarse a Dios en una forma humana, en la forma de algún héroe, profeta o salvador, es un estadio más avanzado. Pero hay un tipo más elevado de culto del ser humano a Dios. Por su bondad, cuando es impresionado por la sublimidad de Su naturaleza, cuando tiene la visión de la belleza divina, reconociendo esta belleza en mérito, poder o virtud, y cuando ve esto en su perfección, llama a eso Dios, a quien adora. Este nivel de realización-de-Dios es un paso adelante con respecto a la realización de su divinidad en una limitada forma humana.
Esta influencia se hizo evidente en la religión Hindú durante el tiempo de Shankaracharya, quien no interfirió en aquellos que estaban en un estadio más primitivo y adoraban ídolos, pero intentó a través de su vida, en una sabia y amable manera, dar a conocer la verdad en su tierra. Su enseñanza se expandió muy lentamente, aunque su influencia fue de gran ayuda. En los pueblos semíticos se entiende que esta forma más alta de culto fue introducida por Abraham.
Traducción por Vadan Juan Camilo Betancur G.