El Arte de la Personalidad parte IX
Aquí otra entrega en la serie de enseñanzas de Hazrat Inayat Khan sobre el tema del arte de la personalidad. La publicación anterior en esta secuencia se puede encontrar aquí. Esta vez, la cualidad en consideración es la justicia. Paradójicamente, aunque muchos se apresuran a denunciar la injusticia, no hay tantos que se comportan con justicia.
Después de haber adquirido el refinamiento del carácter, y los méritos y virtudes que se necesitan en la vida, la personalidad puede ser completada por el despertar del sentido de justicia. El arte de la personalidad hace una estatua, un fino espécimen de arte, pero cuando se despierta el sentido de justicia, esa estatua cobra vida; porque en el sentido de justicia radica el secreto del desenvolvimiento del alma. Todo el mundo conoce el nombre de justicia, pero es raro encontrar a alguien que realmente sea justo por naturaleza, en cuyo corazón se haya despertado el sentido de justicia.
Lo que generalmente sucede es que las personas afirman ser justas, aunque puedan estar lejos de serlo. El desarrollo del sentido de justicia reside en el desprendimiento; no se puede ser justo y egoísta al mismo tiempo. La persona egoísta puede ser justa, pero sólo para sí misma. Tiene su propia ley más adaptada para sí misma, y puede cambiarla, y su razón le ayudará a hacerlo para satisfacer sus propios requerimientos en la vida. Una chispa de justicia se encuentra en cada corazón, en cada persona, cualquiera que sea su etapa de evolución en la vida; pero el que ama la justicia, por así decirlo, sopla en esa chispa, elevándola así a una llama, a la luz de la cual la vida se vuelve más clara para él.
Es el que se juzga a sí mismo
quien puede aprender justicia
Hay tanta charla sobre la justicia, tanta discusión y tanta disputa sobre ella; uno se encuentra a dos personas que discuten sobre cierto punto y difieren entre sí, ambas pensando que son justas, pero ninguna de ellas admitirá que el otro es tan justo como ella misma.
Para aquellos que realmente aprenden a ser justos, la primera lección es la que Cristo enseñó: “No juzguen, para que no sean juzgados”. Uno puede decir, “Si uno no juzga, ¿cómo puede uno aprender justicia?” Pero es el que se juzga a sí mismo quien puede aprender justicia, no el que está ocupado en juzgar a los demás. En esta vida de limitaciones, si uno tan sólo se explora a sí mismo, encontrará dentro de sí tantas faltas y debilidades, y al tratar con los demás tanta injusticia de nuestra parte, que para el alma que realmente quiera aprender justicia, su propia vida demostrará ser un medio suficiente con el cual practicar justicia.
Nuevamente, llega una etapa en la vida de una persona, una etapa de la culminación de la vida, una etapa del desarrollo más completo del alma, cuando la justicia y la equidad se elevan a tal altura que uno llega al punto de carecer de culpa; uno no tiene nada que decir contra nadie, y si hay algo, es sólo contra uno mismo; y es desde ese punto que uno comienza a ver la justicia divina oculta detrás de esa manifestación. Viene a nuestra vida como una recompensa otorgada desde arriba, una recompensa que es como una confianza dada por Dios, para ver todas las cosas que aparecen como justas e injustas en la luz brillante y radiante de la justicia perfecta.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.