Hazrat Inayat: El Ideal de Dios pt II
Mientras continua con este tema, comenzado aquí, Hazrat Inayat Khan nos lleva a un reino sutil, aparentemente paradójico, donde “Dios está en el ideal de Dios”. En esta parte concluye su conferencia y comienza a aceptar preguntas; el resto de las preguntas y respuestas podrán seguirse en otra publicación
Una persona materialista dice, “Muéstrame algo más valioso que el oro, más precioso que los diamantes, algo que puede pesar y medir, entonces diré, eso es Dios”. Esa persona entiende el brillo de los diamantes, el valor del oro. Pero el oro solo tiene el valor que nosotros le damos. En sí mismo, no tiene más valor que el hierro – podemos hacer más cosas con hierro. Pero nos gusta, nos gusta su color, tiene un resplandor. Es lo mismo con todas las cosas. Los profetas, las almas iluminadas no han venido de allá con sus méritos. Su valor se hace aquí. La misma persona puede ser admirada, gustarle a una persona, y no gustarle en absoluto a otra. A la primera le gusta y entonces ve sus méritos; en la otra, debido a que no le gusta, ve sus faltas.
Cuando Cristo estaba en su propio pueblo, la gente no escuchaba sus palabras; tuvo que ir a otro pueblo para ser valorado. Cuando Mahoma estaba fuera de su tierra, la gente lo seguía en peregrinaje, dispuestas a abandonar sus vidas por él. En su propia tierra, ni siquiera lo dejaban hablar. Dios está en el ideal de Dios, el ideal que tenemos de lo que es más perfecto. Él no puede ser llamado por ningún nombre – los nombres son para distinguir una cosa de otra, una persona de otra. El todo no se puede distinguir de nada. Dios en su estado infinito no sabe que Él es Dios. El elefante no sabe que es un elefante. Es la miniatura de un elefante la que sabe. Es el hombre quien se da cuenta que él no es este hombre en miniatura, sino que hay un único Ser.
Tú preguntarás, “Cuando nos hemos dado cuenta de que el ser es todo, ¿a quién deberíamos alabar, admirar, adorar y amar? Alabar, adorar, admirar y amar conlleva la idea de otro. No podemos adorar nuestro yo, alabar nuestro yo, admirar nuestro yo”. Yo diré que naciste con una tendencia a adorar. Hay alguien a quien admiras, alguien ante quien te inclinas, alguien a quien pides ayuda. Si queremos que alguien haga algo por nosotros, nos inclinamos ante él. Si queremos su dinero, su favor, nos inclinamos ante él. Admiramos las bellezas que son bellas por un día, y mañana su belleza puede haber desaparecido. ¿Por qué entonces no habríamos de admirar, por qué no habríamos de amar o adorar ese Ser que basta para suplir todas nuestras necesidades, Cuya belleza nunca cambia y Cuya belleza es todo lo que existe?
El hombre nace con el deseo de alabar y diré que es por la alabanza que el hombre ha hecho a Dios. Cuando los hijos admiran a sus padres, no suele ser porque sus padres les enseñan a hacerlo, es su deseo de alabar. Ellos admiran el rostro de sus padres, sus maneras, su bondad, su amor y gentileza. Luego llega el pensamiento de que sus padres los cuidan. El hombre es el único que alaba. Cuando las rocas fueron creadas, no alabaron. Cuando los árboles, los pájaros, los animales fueron creados, podían alabar mucho menos de lo que el hombre puede. Por eso el hombre fue hecho Ashraf al Makhlaqat, el jefe de la creación. Y si él olvida su lugar como Ashraf al Makhlagat, es su culpa.
Esto fue exagerado por las religiones. Hicieron que el hombre alabara, adorara y venerara. A menudo, malentendiendo la alabanza a Dios, se comete un error. La gente ha alabado a Dios y ha despreciado al mundo, sin comprender que el mundo es el rostro de Dios. Ese Ser Invisible no puede mostrar ninguna señal o marca para su alabanza. Su perfección se muestra en la manifestación. Por lo tanto, es mejor alabar lo que en el mundo es más digno de alabanza. Esto se enseñó de diferentes maneras en las distintas etapas de la evolución del mundo. Pero en el tiempo de Mahoma, que era el sello de la profecía, se enseñaba que toda alabanza pertenece a Dios. Ellos decían, “Al-hamdulillah ar-rahman ar-rahim. Toda alabanza a Dios, el más misericordioso y compasivo”.
P. ¿Veré a Dios después de mi muerte?
R. Puedes ver al Sr. Asquith* mil veces en el parque, conduciendo un automóvil, pero si no le conoces y no puedes reconocerlo, si alguien te pregunta, “¿Has visto al Sr. Asquith?”, tu responderás, “No”. Los rostros de Dios están en todas partes. No hay nada en la tierra, en el cielo, en el mar donde Él no sea visto; pero si no lo reconocemos, no sabemos que lo estamos viendo. Un gran poeta indio, Amir, dice, “Oh, ojos que anhelan ver al Amado, ¿por qué se quejan de su ausencia?” Esto significa, El Amado está ante ti, no se ha ido, pero tus ojos deben reconocerlo. El Corán dice, “Quien es ciego en vida, es ciego después de la muerte”. Este es el momento para ver a Dios. Esta existencia física fue hecha para que el hombre pueda reconocer a Dios. Esta vida es el momento más importante y la única oportunidad para ver a Dios.
*Henry Asquith fue el Primer Ministro del Reino Unido de 1908 a 1916.
Continuará…
Traducido por Inam Anda