Hazrat Inayat : El Mensaje y el Mensajero pt VII
Hazrat Inayat Khan continúa su evocación de la naturaleza y las cualidades del Mensajero iniciada en la publicación anterior.
La pretensión de ser Cristo le pareció a la gente demasiado grande para Jesús; por eso fue crucificado por el mundo intolerante. Cristo no fue crucificado porque la gente de su tiempo fuera poco evolucionada, sino porque siempre es difícil vivir entre personas por encima de cuyo nivel de bondad uno se ha elevado. Si Cristo apareciera hoy con la pretensión de ser Cristo, también hoy sería crucificado. Cristo no puede estar sin la cruz, ni la cruz sin Cristo. Cristo y la cruz están juntos.
Lo que se le pide a un mensajero es que sea tan fino como un hilo de seda, para que pueda afinar su laúd tan alto como quiera; y, sin embargo, que sea tan fuerte como la cuerda de tripa, para que pueda soportar el desgaste de la vida en el mundo. Ser tan tierno como para responder a toda llamada de simpatía, y ser tan firme como para soportarlo todo. Estar en el mundo y no ser del mundo. Vivir y no vivir, porque sólo el Señor Dios vive.
¿Qué trae el profeta? ¿Trae nuevas doctrinas, nuevas enseñanzas y nuevas leyes? Lo hace, pero no lo hace, porque no hay nada nuevo bajo el sol, y es siempre la misma ley la que viene a cumplir. Cuando es necesario, el profeta grita en voz alta lo que siempre ha sido susurrado suavemente por los labios de los sabios de todas las épocas. Más allá y por encima de las palabras, trae la luz que aclara las cosas, haciéndolas simples y como si siempre hubieran sido conocidas por el alma en la tierra; trae la vida, reviviendo los corazones y las almas que de otro modo son como huesos secos en la tumba del cuerpo humano. Sí, el profeta trae una religión, pero eso no es todo: lo que realmente trae a la tierra es al Dios vivo, que de otro modo está oculto en los cielos.
¿Y quién es el Maestro? Es visto por todos, pero no es realmente visto. Muchos le conocen, pero pocos le reconocen. Habla a todos, pero su silencio anima a todas las almas. Es el más apegado, y sin embargo el más desprendido; el más interesado, y sin embargo el más indiferente. Triste de disposición, y sin embargo muy alegre; pobre como el hombre puede ser, y sin embargo tan rico. Rey en su alma, camina de puerta en puerta con la escudilla del mendigo en la mano. Advirtiendo del peligro y consolando a los quebrantados de corazón, camarada de los jóvenes y amigo de los ancianos, dueño de la vida interior y exterior y, sin embargo, servidor de todos. Así es el Maestro. Es hombre a los ojos del hombre, pero Dios en el Ser de Dios.
Continuará…
Traducido por Inam Anda