Hazrat Inayat: El Alma, De Dónde y hacia Dónde pt XVIII
Habiendo descrito el trayecto a través de diferentes reinos en su viaje hacia la manifestación, ahora Hazrat Inayat Khan describe cómo, aquello que el alma sostiene ante sí, se convierte en su mundo, aunque su verdadero hogar es la Unidad Divina. La publicación anterior está aquí.
El alma viene a la tierra rica o pobre, madura o inmadura, a través de tres fases en las cuales bien ha ganado o perdido su oportunidad. Toma luz de los cielos angelicales, conocimiento de la esfera de los jinn, y hereda cualidades de sus padres y ancestros en el plano terrenal.
De las cosas que ha recolectado en su camino hacia la manifestación en la tierra ha desarrollado esa capacidad que se llama mente. El cuerpo en el que el alma funciona en el plano físico también le aporta las propiedades de todos los mundos a los que ha pertenecido: los reinos mineral, vegetal y animal. Es por eso por lo que el hombre es llamado un universo en sí mismo, pues el hombre consiste de todo lo que hay en el cielo y todo lo que hay sobre la tierra. El Corán cuenta cómo Dios hizo del hombre Su representante en la tierra, el comandante a quien se le dio el cuidado del universo.
El hombre muestra en su vida rastros de todas las condiciones a través de las cuales ha pasado la arcilla que conforma su cuerpo. Hay átomos de su cuerpo que representan al reino mineral, al reino vegetal y al reino animal, todos estos están representados en él. No solo su cuerpo sino su mente muestra los reflejos de todos los reinos a través de los cuales ha pasado, pues la mente es el médium entre el cielo y la tierra. El hombre experimenta el cielo cuando es consciente de su alma; experimenta la tierra cuando es consciente de su cuerpo. El hombre experimenta ese plano que se encuentra entre el cielo y la tierra cuando es consciente de su mente. El hombre muestra con su estupidez el reino mineral que está en él, denso y duro; muestra a través de su docilidad el reino vegetal, por sus facultades productivas y creativas que dan a luz las flores y frutos de su vida desde sus pensamientos y actos. El hombre muestra los rastros del reino animal en él a través de sus pasiones, emociones y apegos, por su voluntad de servicio y utilidad. Y si fuéramos a decir qué representa en él al humano, la respuesta es todas las cosas, todos los atributos de la tierra y el cielo: la tranquilidad, dureza y fortaleza de la roca; la naturaleza luchadora, la tendencia al apego de los animales; la fecundidad y utilidad del reino vegetal; la genialidad inventiva, artística, poética y musical de la esfera de los jinn; la belleza, iluminación, amor, calma y paz de los planos angelicales. Todas estas cosas juntas constituyen al hombre. El alma humana consta de todas y así culmina en el propósito por el que toda la creación ha tenido lugar.
El alma manifestada en la tierra no está de ninguna manera desconectada de las esferas más altas. Vive en todas las esferas, pero conoce principalmente una, ignorando las otras a las cuales les da la espalda. De este modo el alma comienza a estar privada de la dicha celestial y a ser consciente de las dificultades y limitaciones de la vida en la tierra. No es verdad que Adán haya sido expulsado del jardín del Edén; solo que el darle la espalda lo hizo un exiliado del cielo. Las almas de los videntes, santos, maestros y profetas son conscientes de las diferentes esferas. Es por eso que están conectadas con los mundos de los ángeles y jinns, y con el Espíritu de Dios.
La condición de los primeros es como aquella de un cautivo preso en el primer piso de una casa, no tiene acceso a los otros pisos del edificio, y la de los segundos es la del que tiene acceso a todos los pisos del edificio – puede morar donde le plazca. El secreto de la vida es que toda alma por su naturaleza es un asman o un akasha, una capacidad, y tiene en él una apetencia; y con todo lo que toma crea una cubierta que la rodea como una concha, y la vida de esa concha se vuelve dependiente de la misma substancia de la que está hecha. Por consiguiente, la concha se hace susceptible a todas las influencias, y está sujeta a las leyes de la esfera de la cual busca su substancia, o mejor, la substancia de la concha. El alma no puede verse a sí misma; ve lo que la rodea, ve aquello dentro de lo cual funciona, y así disfruta las comodidades de la concha que la rodea, y experimenta los dolores e incomodidades que pertenecen a la concha. Y de esta manera se vuelve una exiliada de la tierra de su nacimiento, que es el Ser de Dios, que es espíritu Divino; y busca consciente o inconscientemente de nuevo la paz y la felicidad del hogar. Dios por lo tanto no es la meta sino la morada del alma, su yo real, su verdadero ser.
Continuará…
Traducción al español: Hafiz Juan Manuel Angel