Musharaff: Contrastes
Hemos publicado varios estractos de “Páginas de la vida de un sufí”, las memorias del hermano menor de Inayat Khan, Mushsaraff Moulamia Khan, la más reciente describía su viaje siendo un muchacho de 15 años, navegando solo desde la India hasta Nueva York. Sus recuerdos son interesantes por si mismos, pero también por lo que revelan acerca de las circunstancias que Hazrat Inayat enfrentó cuando se embarcó en su misión espiritual en Occidente. Ahora Musharaff habla de sus primeras difíciles impresiones de su nuevo ambiente, e ilustra el contraste con algunos tiernos recuerdos de su niñez en la India.
El contraste entre mi vida en casa y mi nueva vida me parecía siendo un muchacho, casi intolerable, difícil de soportar. Recuerdo un día de frío intenso de aquel primer febrero en Nueva York, caminando con Inayat Khan hacia la gran Biblioteca, y él me preguntó: “¿Cómo te sientes?” y dije: “Espero que dentro de la biblioteca pueda sentir la calidez de la India”. Y él dijo, “¿No te dije cuando te escribí que cuando vienes a Occidente debes ser valiente? ¿No te dije que debes prepararte para ser tan valiente como el padre de nuestro padre, Bahadur Khan?”. Bahadur Khan, nuestro abuelo, era como un gigante, bien conocido entre nuestra gente por su fuerza y coraje. Una vez en un lugar solitario, se encontró con una caravana de una dama hindú que había sido atacada por ladrones, sus sirvientes se habían unido a ellos. Y Bahadur Khan, solo, los puso a volar y la rescató, acompañándola hasta su destino, dejando de lado sus negocios y sus planes hasta que la llevó a la seguridad. Se han contado muchas historias de su valentía y fortaleza.
Y de hecho me parecía que necesitaba todo el coraje de mis antepasados para pasar por estos primeros días en Nueva York. Todo era difícil de soportar, aunque recuerdo pequeños fragmentos de gentileza. Una dama me ofreció ayuda con mi inglés, y le llevé mis libros, y una vez cuando estaba muy triste me besó como si yo fuera su hijo. Otra dama me obsequio una gorra para que la use. También recuerdo la belleza y gentileza de la Sra. Ruth St. Denis, a quien Inayat Khan explicaba muchas de nuestras danzas orientales. En nuestro departamento en el Bronx recuerdo que me gustaba ver como, si le preguntábamos algo al dueño, él nos refería a su esposa, la casera. “Sólo pregúntele a la Sra. Collins, ella lo atenderá”. Yo estaba interesado pues sucede lo mismo en Oriente. La dueña de la casa también arregla todo. Así, poco a poco, observando estos detalles, aunque la forma de hablar el hombre a su esposa era tan diferente de la India, comencé a encontrar semejanzas con las ideas de mi casa.
Las grandes tiendas occidentales me interesaban mucho, y especialmente la independencia de la vida de las mujeres que atendían allí, ganándose su propia vida, y viviendo por cuenta propia en pensiones y posadas. Admiramos la independencia y libertad de vida, aunque nunca he tenido motivo para pensar que la vida de una mujer es más feliz en Occidente que en Oriente. Hay mucha crítica de las costumbres orientales, pero detrás de la escena, en Occidente están sufriendo y existen miserias desconocidas en nuestra tierra.
Pero principalmente era consciente del contraste de mi vida al compararla con mi vida en casa. Recordaba cómo, siendo un alumno en casa, despertaba al amanecer para escuchar en ese aire limpio las voces de los brahmanes que bajaban al río para bañarse, mientras iban cantando sus hermosos versos del Veda, su libro sagrado. Y también escuchaba a los faquires musulmanes llamando al mundo a presentarse a asumir su responsabilidad. Su llamado se expresaba en frases poéticas, como las de Omar Khayyam, ahora tan conocido en Occidente.
¡Despierta! Pues la mañana en el cuenco de la noche
ha arrojado la piedra que pone a las estrellas a volar.
Caminando hacia la escuela, veía a los brahmanes regresando de su baño, y las mujeres que llevaban jarras de agua a sus casas, mientras seguía a un sadhu que tocaba una canción en su sitar de cuerdas suaves siguiendo su camino, que era igual al mío. Cada mañana él cantaba la misma bonita canción y su significado era el mismo significado de la hermosa historia cristiana, conocida en Occidente, de las doncellas sabias y necias. “Despierta doncella”, cantaba, “Levántate y adórnate porque tu Amado está disponible. Levántate para que tu Amante pueda encontrarte hermosa. Mira en tu espejo doncella. ¿Qué te dice? Prepárate, que estés lista digo, porque el Novio está en camino. El Amado se acerca”.
Cuando el pasaba, las mujeres y las muchachas salían a verlo y a escucharle un momento en silencio y esparcían flores a sus pies. Era un hombre extraño; su cabello negro colgaba casi hasta sus rodillas, alrededor de su cuello había muchas hileras de cuentas de colores, y en su cabeza y ropa había polvo y cenizas, un recordatorio de que nuestros cuerpos son de un material que debe terminar en polvo. Pero por la nobleza de su mirada, por la dulzura de su música, por la sencillez y gentileza de sus maneras, este ser excéntrico puede sugerir una estatura de nobleza y belleza que los sacerdotes ortodoxos no pueden transmitir. En toda nación la ortodoxia puede pesar como una carga y un obstáculo. Esto ha sido señalado por Jesucristo. Este hombre cantaba la raga, mientras yo le seguía día tras día, en la memoria de aquellas mañanas, hay una claridad, una calma, una unidad de luz y aire que me parece contener el ideal de belleza que fue puesto ante nosotros de niños.
Páginas en la vida de un Sufi
Musharaff Moulamia Khan
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui
Hermosa historia, gracias
Hace sentir la fragilidad de los maestros , ante situaciones diferentes
Tan sensibles como todos
Con la sabiduria de extraer el dulce de la flor para deleitar el corazon
?? Ashraf