Buscar a Dios
Si estudiamos el mundo que nos rodea, veremos que todos buscamos algo. El alcance de la búsqueda y la intensidad varían de persona a persona; algunos buscan casualmente diversión o entretenimiento mientras que otros cazan furiosamente el sentido de la vida; algunos buscan dentro de los confines del territorio conocido, mientras que algunos en su persecución lo echan todo a un lado o a otro y ponen la tierra y el cielo boca abajo. Cualquiera que sea su manifestación, es ese impulso el que hace que el río de la vida fluya a través de nuestras mentes y corazones y, en consecuencia, impulsa las corrientes de la civilización.
Un místico podría decir que estamos inmersos en una búsqueda de nuestro yo porque no sabemos quiénes somos; es el resultado natural de la ignorancia humana, y por lo tanto la búsqueda es universal. Sin embargo, en la actualidad, debido a que el mundo ha perdido de vista la sabiduría de la religión, la búsqueda del yo se ha degradado hasta convertirse en una búsqueda de la individualidad. Los términos pueden sonar parecidos, pero la individualidad es un objetivo muy distinto del yo, que lleva en dirección opuesta, hacia las sombras de un laberinto y no hacia la claridad del día.
La individualidad aprecia la diferencia, la distinción y la separación; una persona puede vivir en una calle en la que las casas son idénticas, pero colgará una maceta junto a la puerta o pondrá un jarrón inusual en la ventana para mostrar que esa casa es diferente de todas las demás. Del mismo modo, elegimos la ropa y nos peinamos “a nuestra manera”. Pero estos signos externos no perduran: la ropa envejece y se estropea, el gato puede romper el jarrón de la ventana, etc. En resumen, estas formas pasajeras no proporcionan la certeza inquebrantable sobre la que queremos construir nuestra vida. Podemos probar una estructura y luego otra para definirnos, pero, aunque las formas tengan apariencia de espiritualidad, nuestros esfuerzos siempre serán en vano. Invertir nuestra energía en la individualidad es, en última instancia, inútil, ya que la separación conduce a la limitación, la oposición y la destrucción; todo individuo se verá obligado algún día a ceder ante otro y todo lo que se compone se descompondrá algún día. Entonces la individualidad desaparece.
La religión, en cambio, enseña a buscarse a sí mismo. El camino comienza buscando a la Divinidad -sea cual sea su nombre- a la que atribuimos todo lo que idealizamos, como bondad, amor, armonía, belleza y la verdad fundamental que todo lo impregna. Si buscamos nuestro ideal con sinceridad, empezaremos a percibirlo como un rastro de perfume allá donde vayamos. A medida que el Ser Divino se hace más presente para nosotros, se vuelve más seductor y acecha nuestra conciencia, de modo que naturalmente anhelamos caer en su abrazo y olvidarnos de nosotros mismos. Entonces es un paso corto a la comprensión de que no es nada más que nuestra pretensión de individualidad lo que nos mantiene separados de Aquel a quien buscamos. Y si, por Gracia, el velo del ego se rasga algún día, la visión de la unidad revela que sólo hay Un Ser, el Océano infinito, del que somos simplemente una ola pasajera; la aparente individualidad de la ola no es más que un préstamo momentáneo del Ser eterno del Mar.
Para el buscador inquieto, que viaja por la vida en busca de sí mismo, experimentando con un taller aquí, un roce con las reliquias de una cultura tribal allá, comprando en línea un paquete de técnicas ensambladas personalmente que se adapte mejor a “mí”, presta atención – aquí está el único mapa que puede conducirte al tesoro enterrado: busca a Dios, y no la baratija fugaz de lo que parezca afirmarte. No te aferres a la ilusión: cuanto más lejos estés de Dios, más lejos estarás del Ser, y fue el hambre de Ser lo que te puso en el camino. Confía en que, si sigues mirando hacia arriba, encontrarás lo que buscas. Ésa es la lección del dicho de Gayan Alapas: “Haz de Dios una realidad, y Dios hará de ti la verdad”.
Traducción al español Inam Anda