Cuentos: Nada más que la verdad
Sucedió una vez que cierto rey se disgustó muchísimo con el comportamiento falso de sus súbditos. “Todo el día estoy asediado con reclamos acerca de su deshonestidad”, se quejaba amargamente. “Este le mintió a ese, aquel engañó a ese otro, y un tercero embaucó a todos. ¡Suficiente! De ahora en adelante, sólo personas honestas podrán entrar en mi ciudad”. Y dio órdenes de que se construyera un patíbulo junto a la puerta de la ciudad, y todo aquel que quisiera entrar a la ciudad sería interrogado: a aquellos que dijeran la verdad se les permitiría entrar, pero aquellos que dijeran una mentira serían colgados de inmediato.
Se hizo tal como el rey lo ordenó, y a la mañana siguiente, cuando se abrieron las puertas de la ciudad, los guardias estaban prestos a interrogar a todo aquel que se presentara. El primero en presentarse no fue otro que el incomparable mulá Nasrudín.
“¿A dónde te diriges?” le requirió el capitán de los guardias.
“Voy a ser colgado”, replicó el mulá.
El capitán lo miró con recelo. “¿A ser colgado? ¿Qué clase de historia absurda es esa? ¿Quién va a ser ahorcado? ¡No te creo!”
“Entonces debes colgarme”, dijo el mulá.
El capitán frunció el ceño. “Pero eso haría que lo que dices sea verdad…”
“Sí”, dijo el mulá sonriendo. “Y colgar a un hombre que dice la verdad – ¿no es una mentira?”
El capitán miró a su alrededor nerviosamente. Éste era un acontecimiento inesperado, no incluido en sus órdenes.
“Y me pregunto ¿cuál sería la pena”, dijo el mulá, sonriendo aún más ampliamente, “por colgar a alguien que dice la verdad?”
Traducido por Inam Rodrigo Anda