Cuentos: Lo inevitable
Una vez hace mucho tiempo sucedió que Salomón, el grande y sabio, estaba sentado en el salón del trono una mañana cuando uno de sus súbditos entró en estado de gran agitación.
El súbdito, llamémoslo Adam Abdullah, se tendió bocabajo ante el rey y exclamó, “Majestad ¡Sálveme, se lo ruego, sálveme!”
“¿Salvarte de qué?” Preguntó Salomón. “¿Que te ha puesto en semejante terror?”
“De la Muerte, su majestad. Esta mañana cuando regresaba a casa del mercado, me impresioné al ver una siniestra figura oscura parada en mi puerta. El aire se quedó inmóvil y parecía como si la luz del sol no tocara esa sombra forma. Mi respiración se detuvo, y la sola visión me helo los huesos. Sentí de inmediato que me estaba buscando, y me aparté para evitar su mirada. Cuando me atreví a mirar de nuevo la figura se había ido, pero el portero me dijo que efectivamente el extraño había estado preguntando por mi”.
“Pero si la Muerte está preguntando por ti, hijo mío, ¿Qué puedo yo hacer? En esta vida la visita de la Muerte es inevitable”.
“Pero no todavía” protestó Adam Abdullah. “No estoy listo para irme, tengo muchas cosas que hacer en esta vida, muchas responsabilidades, muchos sueños, ¡necesito más tiempo! Majestad, los más poderosos genios están a sus órdenes – ¿podría enviarme lejos de aquí? Le ruego misericordia, soberano, ¡envíeme lejos a Damasco! ¡Con seguridad la Muerte nunca me encontrará allí!”
“Muy bien”, dijo Salomón. “cómo lo desees”. Y giro al anillo de su dedo. “Vete ahora. Cuando llegues al patio el genio Abdal Azizz te tomará y volará contigo a Damasco”.
“¡Que el cielo lo bendiga, majestad! ¡Gracias!” Y Adam Abdullah se reincorporó y con una temblorosa reverencia hacia el rey se escabulló del salón del trono.
En su apuro, Adam Abdullah no vio que había alguien más esperando entrar. La sombría figura lo miró atentamente mientras él paso rozándola, y le miró mientras desaparecía en el patio. Entonces entró al salón del trono y respetuosamente saludo al rey.
“Salud, Salomón el Magnifico, amigo del Omnisciente!”
“Salud a ti, Muerte, fiel servidora del Misericordioso y Compasivo! ¿Qué te trae a mi palacio de polvo?”
“Solo el deseo de saludar a su majestad,” respondió la Muerte. “¿Pero acabo de ver a su súbdito Adam Abdullah?”
“Así es,” Dijo Salomón seriamente.
“Que extraño encontrarlo aquí”, dijo la Muerte, “¡Porque se me ha ordenado reunirme con él esta noche en Damasco!”
Traducción al español Hafiz Juan Manuel Angel