Cuentos: Las pérdidas comerciales del Mulá
Sucedió una vez que el mulá Nasrudín estaba sentado en una casa de té cuando un amigo se le acercó y le dijo: “Mulá, me estoy preparando para llevar una caravana a través del desierto, en busca de oportunidades para comerciar. Si tienes dinero, haré algunas compras y ventas por ti. Podrías convertirte en un mulá rico”.
Nasrudín se fue a su casa y la puso patas arriba en busca de dinero, pero lo único que encontró fue una pequeña moneda de plata. Volvió a la casa de té y se la dio a su amigo. “Es todo lo que tengo”, le dijo.
“No importa, haré lo mejor que pueda por ti, mulá”, le dijo el amigo. “Nunca se sabe, tu pequeña pieza de plata podría convertirse en un bolsillo lleno de oro. Sólo ten paciencia hasta que vuelva nuestra caravana”.
Muchos meses después, el amigo reapareció en la casa de té y estrechó a Nasrudín en un cálido abrazo. “Mulá”, le dijo, “¡no vas a creer lo que ha pasado! Tu pieza de plata se ha multiplicado como las arenas del Sahara. ¡Como las estrellas en el cielo! En la primera ciudad la usé para comprar un anillo, y en la segunda vendí el anillo para comprar gemas, y en la tercera vendí las gemas para comprar almizcle…”. Y siguió detallando la secuencia de operaciones mediante las cuales la riqueza de Nasrudín crecía y crecía.
“Todas las demás inversiones quedaron en nada”, dijo el amigo. “¡Ahora, toda la caravana es tu riqueza, mulá! ¡Eres tan rico como un Padishah! Sólo tienes que esperar a que llegue la caravana. Me he adelantado, llegará en una semana”.
La noticia corrió por el pueblo como un rayo y pronto todo el mundo se acercó a felicitar a Nasrudín, jurándole su amistad eterna, reclamando su parentesco, ofreciéndole regalos e invitándole a cenar. Incluso llegó un mensajero del rey, ofreciendo al mulá algún nombramiento, tal vez, si el mulá estaba interesado, el de gobernador de la región.
Entonces, una noche, el amigo apareció en la puerta de Nasrudín con el rostro pálido como el papel. “¡Mulá!”, dijo. “Tengo noticias terribles. A un día de viaje de aquí unos bandidos atacaron la caravana y se lo llevaron todo. Los que conducían los camellos escaparon con vida, pero sin nada más. Lo siento, mulá, pero tu riqueza se ha desvanecido”.
Nasrudín se acarició la barba. “Bueno”, dijo, “no es tan malo”.
“¿No es tan malo?”, dijo su amigo. “Mulá, ¿cómo puedes decir eso?”.
“¿Qué he perdido?” Contestó Nasrudín. “¡Sólo una pieza de plata!”
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.