La Sombra y lo Real
Los estudiantes del camino sufí sabrán que hay una serie de cualidades que empiezan a brillar a medida que se avanza hacia la meta, como la modestia, el valor, la hospitalidad, la amabilidad y la generosidad, por nombrar sólo algunas. Estas virtudes son el medio a través del cual se expresa el arte de la personalidad. Se podría pensar en ellas como joyas que el Creador utiliza para adornar Su Creación. Pero como todo lo que se considera precioso, existe lo verdadero y lo falso: el oro verdadero y el falso, las gemas verdaderas y el cristal tallado. A simple vista, son similares, pero si se examinan más de cerca, y especialmente con el paso del tiempo, las falsas siempre fallarán la prueba. Es Por eso que leemos en La Copa de Saki (23 de septiembre): «“Hay dos clases de generosidad, la real y la sombra; la primera está impulsada por el amor, la segunda por la vanidad”». Este dicho fue el tema de una conversación reciente, y como suele ocurrir cuando los amigos se juntan, los diversos puntos de vista aportaron mucha luz al tema.
En primer lugar, hubo acuerdo en que el mundo necesita generosidad; puede parecer paradójico que, aunque vivamos en una época de materialismo, con signos extravagantes de riqueza por todas partes, haya millones de personas en el mundo sin lo suficiente para comer, sin techo, sin ropa, sin agua potable, sin seguridad y sin atención médica. Si deseamos acercarnos a la meta de la Unidad, para la que repetimos la Invocación, diciendo «Hacia el Uno…», entonces deberíamos sentir el deber de dar todo lo que podamos para ayudar. ¿De qué serviría nuestra propia iluminación si todos nuestros vecinos estuvieran sufriendo?
En segundo lugar, la generosidad impulsada por la vanidad tiene inevitablemente un precio. La vanidad podría describirse como el deseo de ser visto y admirado, y la generosidad vanidosa impone una obligación al que la recibe. Se puede dar de comer a un mendigo hambriento, pero si se espera que la persona escuche un sermón, adopte una religión o muestre un determinado comportamiento hacia el que da, entonces el regalo está contaminado.
Es Por eso que el impulso debe surgir del corazón y no de nuestro orgullo. Ser consciente de la propia generosidad es un peligro para los que están en el camino, con el riesgo real de obsesionarse consigo mismo y de un ego inflamado, una condición muy dolorosa, y tanto más lamentable por ser autoinfligida.
Tampoco debemos confiar en la generosidad dictada por los conceptos; la mente es una herramienta útil, pero sólo cuando el corazón la dirige. Cuando la mente está al mando, el corazón tiene pocas oportunidades de servir a los ideales de amor y belleza.
Ser verdaderamente generoso, por tanto, requiere un corazón abierto desde el que pueda fluir la corriente del amor, y también un reconocimiento confiado de la abundancia infinita del Creador. La mayor parte de la tristeza de la vida está causada por un sentimiento de insuficiencia en nosotros y en nuestro entorno, el miedo a que no haya suficiente. Si aprendiéramos a confiar en el abrazo amoroso de la Divinidad, descubriríamos que el impulso de dar surge de Su infinita Compasión, y que lo que transmitimos a los demás nunca fue nuestro en primer lugar. Así, la verdadera generosidad expresa lo que leemos en Vadan Alankaras: «Déjame sentir Tu abrazo, Bienamado, en todos los planos de la existencia.»
Traducido por Inam Anda