Enseguida, la primera entrega de un reporte de Hazrat Inayat Khan sobre algunos aspectos de su infancia en la India. Aunque comienza con la intención declarada de contar sus «experiencias desde la niñez hasta el presente», lo que pudo ser en algún momento de la década de 1920, los ritmos y exigencias de la vida, aparentemente, no le permitieron avanzar en su historia más allá de su juventud. Sin embargo, es un encantador y precioso atisbo sobre su educación y su naturaleza y carácter. Debido a la longitud, se publicará por partes.
La historia de mi vida mística
Muchos de mis amigos se han preguntado a menudo sobre mi vida en el pasado y han querido saber qué fue lo que me hizo emprender el trabajo que hago en la actualidad. Es mejor hacer una pausa para explicar estas cosas que interesan a tantos, así que ahora les contaré todas mis experiencias desde mi infancia hasta el momento presente.
Habiendo nacido en una familia con cinco generaciones de músicos, hasta donde sabemos, tuve en mi espíritu una tendencia natural hacia la música y la poesía. Se expresó más intensamente en mí, siendo notoria incluso en la infancia hasta un grado que a veces asombraba, a veces divertía, a veces sorprendía, a veces complacía, pero también a veces atemorizaba a mis padres.
Entre los conocidos de mis padres había dos amigos que estaban interesados porque semejante tendencia apareciera en un niño. Decían cosas agradables, o alababan a mis padres, quienes estaban asustados debido a la creencia que tales manifestaciones surgen del “mal de ojo” y eran peligrosas.
La armonía en la música se reconoce y se manifiesta en el juego de un niño, en sus movimientos, en su manera de organizar sus juguetes y poner las cosas de una manera armoniosa, en su amor por los instrumentos, en el gusto por aprender palabras y usarlas en el lugar apropiado en el momento apropiado; en todo lo expresado en poesía y música.
Cuando me enviaron a la escuela, con esta tendencia ya desarrollada, me interesó mucho más la poesía que cualquier otra cosa. Este interés por un solo tema desalentó mucho a mis maestros, viendo que no me importaba ningún otro asunto. Pensaron que con tal naturaleza independiente nunca aprendería nada, que debía haber algo mal conmigo. Yo estuve casi siempre en el fondo de la lista de calificaciones, y recibí la mayor parte de los castigos que se les daban a los niños en las escuelas. Pero era costumbre cambiar maestros periódicamente, así que sucedió que un profesor inteligente tomó mi clase, y fue una gran sorpresa para él encontrar a un niño bajo en calificaciones, que nunca era capaz de responder a las preguntas porque no hacía sus lecciones correctamente, ¡pero que siempre era el primero cada vez que había alguna pregunta acerca de poesía o de algo más profundo de ese tipo! No podía entender cómo un niño tan deslucido podía comprender algunas cosas y otras no. Este maestro le habló a mi padre; en verdad estaba muy triste de ver cómo descuidaba y desatendía todos los demás temas y que sólo me interesara uno. Tenía miedo de que mi imaginación creciera en forma anormal con mi ser tan absorto en mis facultades imaginativas, y que por tanto yo no fuera útil en la vida práctica. Esta propensión podría conducir al desierto, o tal vez a un estudio, con brocha y pluma o lápiz y papel, y él era consciente de que la cultura de la imaginación nunca recibe una buena recompensa en este mundo, entendiendo por esto la obtención de comodidad y dinero, todas las cosas que el ser humano desea en esta vida. Entonces, pensaban, si me convertía en poeta, ¿qué beneficio obtendría la familia de esto? Así que todo se hizo para impedir el desarrollo de esta facultad. Pero, como dice Saadi, cada alma nace para un cierto propósito, y la luz de ese propósito está encendida en su alma. Por lo tanto, no podía evitarse, lo quisieran o no mis padres, o incluso si el mundo entero lo hubiera intentado evitar. Era una facultad que despertaba; estaba saliendo a la superficie.
A la edad de siete años hacía versos a mi manera. Quizás no significaban nada para nadie más, una palabra aquí y allá podría no tener sentido, pero cada línea estaba ordenada en ritmo y estaba rimada. Y cuando tenía unos nueve años compuse un poema y se lo llevé a mi abuelo Maulabakhsh. Él era el Beethoven de su tierra en esa época, un músico de renombre y talento único. Estaba contento con mi poema, y en vez de suprimir esta facultad, me animó diciendo, “Sí, es bueno, pero debe mejorar”. ¡Cómo me animó esto!
Además de todo lo anterior, me encantaba escuchar las historias que mi padre me contaba cada noche cuando regresaba de su trabajo. Me gustaban especialmente las historias que expresaban algo místico u oculto, algún mito simbólico. Entonces hacía preguntas sobre ellas; ¿Por qué fue así? ¿Por qué sucedió así? ¿Por qué a esta buena persona en la historia se le trató tan mal? ¡Pregunta tras pregunta! Mi paciente padre las respondía todas, hasta que su paciencia terminaba y decía: “Sería mejor que no hicieras más preguntas ahora mismo”. Tal vez mañana me contaría una historia mejor, si tan solo no yo no hiciera tantas preguntas. Pero eso no me hizo callar. Seguía pensando en las historias cuando estaba en la cama, y como no podía discutir con mi padre, discutía conmigo mismo. A veces mi razón me daba las respuestas, y a veces no, porque no estaba completamente desarrollada. Así que me quedaba dormido con ese apetito y hambre de conocer los secretos ocultos de la naturaleza. Durante el día no podía divertirme con los chicos de mi edad, porque no podían satisfacer ese apetito que sentía cuando me acostaba. Lo único que querían hacer era jugar.
Mi padre no podía entender por qué no jugaba con las cosas que me traía. Decía: “¿Por qué no juega con esta cometa, con esa pelota? ¡Le traigo gallinas chinas y otros pájaros, y él no juega con ellos!”. Luego me llevó a ver luchadores, peleas de gallos, y varias cosas de ese tipo. Fui a estas presentaciones una vez, y luego fui a casa sin mostrar nada de la gratitud y el placer que otros niños de mi edad habrían demostrado. Mis padres no podían comprender la naturaleza melancólica de este muchacho. ¡Pensaban que tal vez se volvería loco!
Repasé en mi mente la historia del día anterior: ‘Y entonces, ¿por qué ese rey debió pasar por toda esa tristeza? ¿Por qué esa reina actuó así? ¿Cuál es la explicación de todo esto?’ Así que fui y le pregunté a alguien. Pero muchas personas no querían ponerle problemas a su cerebro, y entonces decían: “¿Y qué con ese rey y esa reina? ¡Ellos ya pasaron!”. A veces encontraba a alguien que me daba una respuesta, y luego le discutía sobre ella hasta que también se disgustaba y decía: “Piérdete y por favor no vengas más – ¡qué continua preguntadera y discusiones sobre nada, sobre cosas que no importan!”.
Continuará…
Traducido por Juan Amin Betancur