Una visión de mil años
Jesús dijo a sus seguidores que estaría en medio de ellos siempre que dos o tres de ellos se reunieran en su nombre. Evidentemente, reunirse con un propósito espiritual tiene su valor. En la misma línea, el Buda Shakyamuni dijo a sus discípulos que la comunidad, la sangha, era una de las “Tres Joyas”, aparentemente tan valiosa como las otras dos, refiriéndose al Buda o la manifestación de la iluminación, y al dharma, o el camino para alcanzar la liberación suprema.
Uno de los beneficios de reunirse con otros es que ayuda a crear una comunidad espiritualmente sana. No hay garantía de éxito, por supuesto, ya que los humanos han demostrado la capacidad de distorsionar cualquier forma de sabiduría, pero prácticamente todos los grupos culturales han tenido reuniones religiosas en su estructura, ya sea un ritual de oración diario, o un servicio de culto semanal, o festivales periódicos vinculados a los cambios de estación. De este modo, se mantienen vivas las enseñanzas sobre nuestro lugar en el universo y la necesidad de mantener la armonía con nuestro entorno y entre nosotros mismos.
Sin embargo, cuando seguimos un camino como el sufismo, también nos comprometemos con la práctica solitaria. A los estudiantes se les dan varios ejercicios, y nosotros nos sentamos solos e intentamos afinar nuestro espíritu mediante oraciones, patrones de respiración, concentraciones y meditaciones. Esto no difiere en nada de las duras horas que los músicos dedican a dominar su cuerpo y su mente y la música que desean interpretar, un trabajo que inevitablemente se hace a solas. El estudiante sincero lo necesita, porque el medio que tenemos que dominar es nuestro propio ser; debemos mirarnos a nosotros mismos con honestidad, esforzarnos por cambiar viejos hábitos y aprender a desatar los nudos de nuestra mente, como dice Hazrat Inayat Khan.
Sin embargo, sentarse a meditar a solas entraña un peligro, y es que podemos llegar a preocuparnos demasiado por nosotros mismos. La práctica espiritual es dura, pero también debería proporcionarnos la alegría de olvidarnos de nosotros mismos, y algunas personas no lo consiguen. Corremos el riesgo de convertirnos en un pequeño cangrejo en la orilla del mar, tratando de clasificar granos de arena mientras el vasto océano se agita y suspira a no más de un metro de distancia. Un antídoto contra este ensimismamiento es adoptar una visión más amplia, y pensar en los cientos y miles de almas que, desde el principio de los tiempos, han luchado por liberarse de la ignorancia, que han abierto sus corazones en alabanza a la belleza y el amor Divinos, que se han rendido al abrazo silencioso de la Verdad. Esa es nuestra verdadera comunidad. Si tenemos una visión de mil años, y pensamos en todos los que han hecho el mismo trabajo, podemos recordar que no estamos solos, que somos una chispa en una cascada de luz, y la celebración de uno es la alegría de todos.
Traducido por Inam Anda