Sobre la personalidad
“¿Es Dios una persona?” La pregunta llegó recientemente en una muy interesante conversación. (Sobra decir que ninguno de nosotros fue capaz de resolver la pregunta antes de que la conversación, lamentablemente, tuvo que terminar).
Probablemente todo buscador sincero tendrá su propia descripción de ‘Dios’, aunque la mayoría admitirá también que su descripción es deficiente de alguna manera. Aún más, las descripciones que creamos o adoptamos dicen tanto acerca de nosotros como sobre la Divinidad. Los miembros de una cultura cazadora-recolectora se relacionan más fácilmente con un dios modelado en base a algo de su entorno – una poderosa creatura como un león, talvez, o un árbol o una montaña, mientras que un miembro de una cultura agrícola podría ver a Dios más fácilmente en el sol o en la lluvia o en una vaca.
Pero, más allá de estos aspectos sociales y culturales, hay uno más fundamental, el lado filosófico de la pregunta: si Dios es una persona (o talvez deberíamos decir, ‘una Persona’) con quien puedo hablar, entonces ¿esto significa que Dios está separado de mí? Y si Dios está separado de mí, entonces Dios debe tener limitaciones – y por lo tanto ¡no sería perfecto ni divino! O si, de alguna manera, Dios aun es perfecto incluso sin incluirme a mí, entonces ¿significa que estoy permanentemente exiliado de la Perfección?
Por otro lado, si Dios no es una persona, sino que está más allá de toda forma, lo que significa, abstracto, entonces, ¿a quién estamos enviando nuestras oraciones y alabanzas? ¿Cuál sería el punto?
Pero, pensando en el poema de Kabir, La casta del Bhakta, que examinamos recientemente, tenemos que ser cuidadosos para no quedar atorados en hacer la pregunta incorrecta. Aun si pudiéramos aprovechar una definición impermeable de ‘Dios’ (en 140 caracteres o menos si fuera posible), no aliviaría nuestra carga ni nos liberaría de nuestro apego a lo ilusorio. Debemos recordar que todas las imágenes de divinidad que se han dado a la humanidad a través de los siglos han sido ofrecidas como una especie de medicina, destinada a ayudarnos en nuestras dificultades. A veces se nos daba una forma; a veces se destruía una vieja forma para introducir un nuevo entendimiento. Pero en todo caso, si un buen doctor nos da un elixir, no nos curará mientras permanece sobre la mesa de noche; tenemos que tragarlo, dejar que entre en nosotros, y haga el trabajo que se necesita. En este contexto, eso significaría hacer una realidad de cualquier imagen de la Verdad que podamos abarcar.
Ambas, la Verdad infinita, abstracta, que todo lo compenetra y la Persona de Dios amorosa, compasiva, son válidas, ambas tienen su propósito, y no deben mirarse como mutuamente excluyentes. El enfoque de Hazrat Inayat Khan a esta pregunta puede resumirse muy brevemente de esta manera: en un acercamiento a Dios como una Persona, nuestra propia personalidad se desarrolla; cuando nuestra personalidad madura lo suficiente, comenzamos a reconocer la misma Divinidad en nuestro interior (como la gota comienza a degustar la sal del mar dentro de ella mientras despierta a su auto-conocimiento); cuando la gota se conoce a sí misma como el mar y nada más, todas las fronteras desaparecen, y la separación de ‘mi persona’ y la ‘Persona’ Divina, desaparece.
No obstante, aquel que no haya subido la montaña no puede pretender mirar el próximo valle; aquel que no ha hecho el viaje no puede pretender decir, ‘¡Soy todo y todo está en mí!’, mientras que aquel que de hecho ha ido tan lejos por lo general puede decir muy poco. Ese es el mensaje de la historia del muro.
Traducido por Inam Rodrigo Anda
Siempre me cautivo “la Historia del Muro” y hoy gracias a este texto ha cobrado una dimensión muy bella. Gracias