Acerca de los amigos de Dios
En una reciente publicación, se presentó una enseñanza “de Jesús” acerca de los amigos de Dios. Es una historia musulmana, primero porque fue recogida de fuentes musulmanas, y lo más obvio porque habla de que los discípulos piden a Jesús que les explique un verso del Corán, que aún no había sido revelado cuando el grupo de pescadores fue llamado de las orillas de Galilea para su misión. Por lo tanto, no es ‘histórica’ en la forma en que los Evangelios tratan de serlo, pero la sabiduría de la historia está sin duda en armonía con lo que ha sido recibido como las enseñanzas de Jesús; no es imposible que la historia sea una reformulación de algún encuentro recordado que fue pasado de generación en generación hasta que fue escrito en esta forma.
En esta historia, los discípulos preguntan, “¿Quiénes son los amigos de Dios?” Y Jesús les responde describiendo ciertas actitudes y comportamientos: un amigo es aquel que hace esto y esto, y no eso. El cuento, por lo tanto, es acerca de los deberes de la amistad. Sin duda es una instrucción muy beneficiosa y útil, pero pasa por alto la perla del tema, la posibilidad sencilla y profunda de unirse en intimidad con la Presencia Divina.
Sabemos por nuestras experiencias humanas que la amistad no puede ser autoproclamada ni unilateral. El hombre que vende burros en el mercado puede decir que es amigo del rey en el palacio, pero si ellos nunca se han conocido, entonces las palabras son sólo aire; no tienen significado. La pretendida amistad del hombre no soportará nunca una prueba. Si el rey requiere los burros de este hombre – ¡o incluso su vida! – como un regalo, el hombre en el mercado puede descubrir que su lealtad ha cambiado repentinamente, mientras que la verdadera amistad no cambia tan fácilmente.
La amistad implica un mutuo reconocimiento, y un vínculo de simpatía. Solo aquellos a los que Dios les ha atraído hacia Él pueden ser llamados ‘amigos’ de Dios. Un alma tan privilegiada nunca haría un reclamo o un alarde, y en cualquier caso las palabras jamás serían adecuadas para describir tal condición. Sin embargo, luego de haber probado el verdadero vino de la amistad, las grandes almas están deseosas de compartir generosamente la copa con todos. Algunos cierta vez preguntaron a Inayat Khan como debían dirigirse a él, si deberían usar algún título u ofrecerle alguna forma especial de respeto, y él replicó sencillamente, “Llámenme Inayat, y permítanme ser su amigo”.
La invocación describe un viaje: vamos ‘Hacia el Uno’. Lo que es más, vamos en buena compañía, ‘unidos a todas las almas iluminadas’. Esa también es una lección desde nuestra experiencia humana: si queremos conocer a alguien, podemos comenzar por cultivar una relación con aquel que conoce al que buscamos. Tal vez todavía no reconozcamos la presencia de Dios en nuestra vida, pero podemos comenzar por hacernos amigos de Sus amigos, las innumerables almas iluminadas que han sostenido en alto la luz de la Verdad; sólo tenemos que abrir nuestros corazones a ellos, y ellos nos responderán. Aquel que consistente y sinceramente trata de hacerlo – digamos todos los días por una semana, o más – sin duda sentirá el inicio de un profundo cambio en su vida.
Traducido por Inam Rodrigo Anda