About the refining silence (Spanish version)

Sobre el silencio refinador

En referencia a la música, se ha dicho que el espacio entre las notas es aún más importante que las notas mismas, y de manera similar en poesía, aunque las palabras son esenciales, a menudo es el silencio que las rodea lo que les da poder. A la edad de treinta años, el sufí de Cachemira Nuruddin Rishi se retiró del mundo para vivir en una cueva poco profunda durante diez años, y a juzgar por su poesía, (más recientemente publicada aquí) parece haber encontrado una quietud viviente en su retiro. Sus palabras son pocas, pero transmiten una presencia que se expande y envuelve al lector.

“Quita el óxido de tu corazón”, nos dice, “como si de un espejo”.  Sin duda, dejar ir el mundo, las comodidades, los apegos y las ideas preconcebidas, e incluso la propia identidad, ya sea que esto ocurra en una cueva fría y rodeada de nieve o en otro lugar, es un medio para lograrlo, y a medida que se limpia el óxido, la mirada se absorbe en la contemplación silenciosa de la belleza que esta revela.

Es entonces cuando reconocemos la verdad como el brillante destello de oro del que se ha eliminado toda impureza. Cuando nuestra charla interna se desvanece, nos damos cuenta de la Presencia viva y sin forma y, como nos dice el versículo bíblico, “Él es como el fuego de un refinador”. O, en palabras de Yelaluddin Rumi, “El silencio es el lenguaje de Dios; todo lo demás es mala traducción”.

Hay muchos buscadores en el mundo que anhelan alguna evidencia tangible de Dios. Incluso con una creencia firme y bien arraigada, puede haber una sensación de frustración: Te he buscado tanto tiempo, ¿por qué no vienes a mí? Quizás podamos aprender del verso de Nuruddin Rishi donde dice que para tomar conciencia de la Presencia, debemos profundizar cada vez más en el silencio. Como Hazrat Inayat Khan dice, en el Vadan, Ragas:
Cuando comencé a buscarte, 
desapareciste en un parpadeo. 
Cuando comencé a perseguirte, 
Te alejaste aún más de mí. 
Cuando en mi angustia Te llamé en voz alta, 
no escuchaste el amargo llanto de mi alma. 
Cruzado de piernas me senté en silencio;
sólo entonces escuché Tu llamado.

Traducido por Juan Amin Betancur

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