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Inner Call Podcast # 118 “Este no es mi corazón…”
Una de las prácticas que Pir-o-Murshid Hazrat Inayat Khan en ocasiones enseñaba a sus estudiantes era decir, “Éste no es mi corazón; éste es el altar de Dios”. Es una forma del zikar externo, y tal como el zikar, nos expone ante una negación, “éste no es”, seguida por una afirmación “éste es”. Éste no es, como solemos asumir, “mi” corazón, una parte de mi territorio soberano, un lugar dentro de la fortaleza bien defendida del “yo”, sino que es un espacio reservado para lo Divino, una ventana abierta al infinito.
Quizás estas palabras nos produzcan una especie de emoción romántica, un sentimiento que nos eleva por un momento de nuestra vida rutinaria. ¿Es “mi corazón” más especial de lo que pensaba? Pero si miramos la frase cuidadosamente, si la tomamos en serio, si tratamos de vivir como si nuestro corazón fuera un altar, ¿qué significaría?
Un altar es, primero que nada, un lugar de enfoque, que da significado. Si uno desea, puede sentir la presencia de Dios en toda la naturaleza, y sin embargo, desde los tiempos más antiguos, las personas, sintiéndose elevadas por una arboleda quizás, o la cima de una montaña, han construido estructuras de madera o piedra para que sirvan como lugares de adoración. Debe haber una razón para esto. El lugar puede ser inspirador, pero la inspiración que agita nuestro espíritu busca expresarse en la construcción de un altar. El arte y el espacio de una catedral, con toda su imaginaria sagrada, carece de sentido si no hay un altar; las miles de toneladas de piedra y madera intrincadamente talladas y los vitrales ricamente coloreados existen solo para ese centro viviente.
Podríamos pensar en esto la próxima vez que nos miremos al espejo. El milagro de nuestro cuerpo, con sus sentidos y sus habilidades, y la interminable danza de nuestra mente, no tienen ningún sentido si no hay un altar, si el corazón no ha sido ofrecido a lo sagrado.
Un altar y lo que colocamos en él pertenecen al Ideal. Esto nos enseña la lección espiritual esencial de la rendición. Es por eso que tradicionalmente colocamos lo que es bello en un altar, pues, como dice Hazrat Inayat Khan en el Gayan, “Todos se rinden con gusto ante la belleza…”
Algunas personas tienen un pequeño altar en su casa y cuidarlo cada día, quizás con flores, o incienso, o una vela, los ayuda a afinarse a sí mismos y a la atmósfera que los rodea. Si atendiéramos el altar de nuestro corazón con el mismo cuidado, limpiándolo del polvo de sentimientos no deseados, y permitiéndole reflejar la belleza que no es prisionera de nuestra individualidad, sino que proviene del infinito, el efecto sería indescriptiblemente mayor. Hazrat Inayat Khan mencionó una vez que conoció una gran alma que no quería levantar la mirada de su propio pecho por respeto a la luz que provenía de su corazón. Ahí podemos ver un corazón que realmente se convirtió en el altar de Dios – pero todos estamos hechos para el mismo propósito, si sólo aprendemos a reconocerlo.
Traducido por Inam Anda