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Términos y Condiciones Inner Call Podcast #128
Una oración es una manera de dar forma a un ideal. Cuanto más elevado es el ideal, más difícil es de captar, pero con las palabras de una oración tapizamos con un fino tejido lo etéreo e intangible, y así atrapamos un vislumbre del Uno con quien esperamos encontrarnos.
Esto es cierto en todas las tradiciones: Algunos Budistas, por ejemplo, rezan: Que todos los seres se liberen del dolor… Es una esperanza muy generosa, que extiende los brazos de la compasión tan ampliamente como toda la creación, incluyendo todas las conciencias, en cualquier forma. O, cuando los Cristianos piden a la Madre María que rece por ellos ahora y en la hora de nuestra muerte, es una esperanza de un futuro que no esté lastrado por nuestras propias carencias y transgresiones.
Por supuesto, como buenos estudiantes del camino, comprendemos que repetir estas palabras mecánicamente no logrará mucho. Es importante decirlas con atención, con sentimiento – desde el corazón. Pero las oraciones, de una manera curiosa, se parecen a las páginas web en las que hacemos clic sin mucho cuidado, en el sentido de que tienen un botón en alguna parte que a menudo no notamos que dice “aplican términos y condiciones”. En la oración Salat, pedimos que ‘el Mensaje de Dios se extienda a lo largo y ancho,’ convirtiéndonos a todos en hermanos y hermanas de una sola familia. Dado que Dios es el Padre, debe ser una familia amorosa y no de otro tipo, por lo que es una imagen muy atractiva: volver a la inocencia y la frescura de la infancia, cuando nos sentíamos amados y el amor salía espontáneamente de nuestros corazones. Pero si pensamos que basta con repetir la oración, incluso con un anhelo sincero, si esperamos el día en que nuestros vecinos hagan fila de repente en nuestra puerta, con los brazos extendidos, y digan con sonrisas amorosas: “Hola, vecino, acabamos de darnos cuenta de que somos una familia”, entonces bien podríamos esperar por siempre. En este caso, los términos y condiciones exigen que reconozcamos a los vecinos como hermanos y hermanas. Puede que respondan a este reconocimiento, o puede que no; eso no es nuestro asunto. Para que la humanidad despierte a su unidad esencial, tiene que empezar en algún sitio, y ¿dónde podría ser mejor que en el corazón de quien reza para que eso ocurra?
Así pues, he aquí un experimento -que podría convertirse con el tiempo en un hábito o una disciplina- que consiste en escudriñar a todas las personas de nuestro entorno, buscando a las más indeseables, a aquellas de las que nos sentimos más distantes, a las que nos desagradan o, si los sentimientos son fuertes, a las que odiamos, y decirnos a nosotros mismos: “Independientemente de lo que sienta, éste es mi hermano o mi hermana; esta persona viene de la misma Fuente Divina -ese origen es todo lo que da sentido a la vida, y tenemos eso en común”.
En realidad no es tan difícil, y no parece gran cosa, pero este simple reconocimiento podría precipitar un cambio profundo – primero en nuestro propio paisaje interior, y luego – ¡si Dios quiere! – en el mundo que nos rodea.
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui