Audio 131 Opinion and Truth (Spanish version)

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Opiniones y Verdad Inner Call Podcast #131

Con frecuencia, la gente expresa opiniones sobre religión, pero en nuestros días parece más común hacer de nuestras opiniones una religión. Los puntos de vista se defienden con la fiereza que alguna vez se reservó al cuidado de creencias sagradas, mientras las ideas ajenas son atacadas como si fueran algo casi diabólico. Pero la verdad no es algo tan fácil de atrapar y, en un sentido espiritual, los hechos y la verdad no son lo mismo. 

Los hechos tienen sus usos en el mundo práctico. Si quiero hacer algo, digamos una silla, los materiales deben ser calculados y yo puedo anotar las dimensiones como hechos. Pero si deseo conocer la Verdad que sostiene a toda la creación, aquella que de un soplo hizo los materiales, el artesano de la silla y el impulso mismo de crear, veré que no hay medida para eso. Podemos decir que los hechos son como las numerosas conchas de mar que inundan la playa después de una tormenta: cada una representa una verdad viviente que ha sido dispersada, pero ni siquiera un frasco lleno de conchas vacías nos daría alimento. 

La verdad real no es definible siguiendo las condiciones del mundo exterior, es algo que podemos descubrir si volvemos hacia dentro. No tiene caso mirar a cualquier lugar, hemos de estudiarnos a nosotros mismos para encontrarla, y en particular, tenemos que estudiar el corazón. ¿Pero cómo? En una lección sobre la Verdad, Hazrat Inayat Khan dijo: “¿Se necesita de algún esfuerzo para alcanzar la verdad? Sí… Hay un trabajo que uno puede hacer, que es como el trabajo del granjero: cultivar el corazón. Pero en el cultivo del corazón el hombre se equivoca, desea sembrar él mismo la semilla, sin dejar a Dios la siembra de la semilla”. 

Permitir que Dios siembre la semilla es un modo de entregarse y puede hacernos pensar en la bella frase de la oración Khatum: “abre nuestros corazones para que podamos escuchar tu voz que constantemente viene de nuestro interior”. La voz divina nunca está ausente, pero con frecuencia, cuando volvemos nuestra atención hacia dentro, escuchamos apenas los ecos de nuestra propia historia, el monólogo personal aparentemente interminable que ensaya incontables demandas y quejas, en lugar de escuchar el susurro y el trueno de la perfección. Escuchamos el estrépito y el tintineo de las conchas de opinión vacías, en lugar de permitir que nos hable el océano. 

Si pudiéramos practicar el abandono de nuestras opiniones, podríamos por fin reconocer el sentido de las palabras del salmo: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios” (46:10). 

Traducido por Vadan Juan Camilo Betancur Gómez 

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