Inner Call Podcast #157: ¿Estamos ya allí?
Imagina que estás en un viaje largo en tren, que dura no solamente horas, sino días. El paisaje pasa rodante por las ventanas, pero no tienes una idea clara de tu progreso. Tal vez pasas por interminables bosques, o la repentina oscuridad de largos túneles ruidosos o amplias llanuras sin rasgos distintivos; a veces el tren permanece quieto por causas desconocidas. Crece tu inquietud, encuentras defectos en tus compañeros de viaje, te quedas sin provisiones, tu cuerpo se queja.
Esta es una imagen de cómo a veces experimentamos nuestra vida espiritual. Asumimos que algún día sin duda llegaremos a la meta, que el tren finalmente se deslizará para frenar en la estación de la felicidad, descenderemos a la plataforma, y todos los problemas se desvanecerán como un sueño olvidado. Hasta entonces nos inquietamos y preocupamos: ¿está el viaje llevándome a alguna parte? ¿Me he equivocado? ¿abordé el tren equivocado? ¿o existe algún bloqueo en alguna parte? ¿En mí, o en todo el sistema?
Sin duda siempre hay preocupación sobre nuestro progreso espiritual, pero si algo nos muestra la experiencia, es que no tenemos forma de reconocer nuestra propia condición. ¿Por qué? Porque el progreso real significa olvidarnos de nosotros mismos y ¿cómo podremos olvidarnos de nosotros mismos si estamos obsesionados con nuestro “estatus” o nuestro “nivel”? Podemos estar parados en la puerta del cielo, pero si paramos a tomar una selfi descubrimos que la puerta desapareció y que estamos de regreso en la tierra – o más abajo aún.
Seguir un camino espiritual no es una salvaguarda contra las dificultades de la vida. Solo necesitamos considerar la vida de las grandes almas para ver esto; la historia de Jesús muestra que el más alto logro espiritual no elimina la dureza de la vida. En otras palabras, no deberíamos asumir que nuestro tren espiritual no está yendo a ninguna parte solo porque la vida parece traernos un problema tras otro.
Si nos sentimos frustrados, si dudamos de si verdaderamente estamos avanzando en nuestra búsqueda, entonces hay dos lugares donde colocar la atención. El primero es preguntarnos si realmente hemos hecho todo lo que podemos para progresar. Hazrat Inayat usó la imagen de excavar en la tierra para encontrar agua. Mientras mas cerca estamos de la meta, mas enlodada se vuelve la tierra – y algunas personas, disgustadas por la confusión y sintiéndose desanimadas, dicen “se está poniendo peor ¡no mejor!” y renuncian. Pero si perseveráramos, con el tiempo estaríamos liberando la corriente que lavará la tierra y nos refrescará. Sobra decir que ese lodo no representa nuestros problemas externos, sino las densas capas de actitudes y apegos bajo los cuales nuestro corazón viviente esta sepultado.
Y el segundo lugar para mirar cuando nos sentimos que estamos perdidos en el limbo es hacia lo qué tenemos como divino ideal. Si nuestro ideal sigue siendo un concepto distante, una ficha a la que prestamos servicio de labios para afuera, pero que de otra forma negamos, entonces sentiremos que estamos solos en el camino y esa es una condición difícil. Entonces somos como el barón von Munchausen luchando por levantarnos del pantano tirando nuestro propio moño. Si queremos hacer nuestro ideal más presente para nosotros mismos, deberíamos tratar de invocarlo – como sea que lo imaginemos – como un amor que todo lo compenetra, como luz o como vida eterna. Por ejemplo, invocarlo cuando enfrentamos un obstáculo. En las Alapas del Gayan encontramos esto: Dios es la respuesta a toda pregunta. Deberíamos buscar entonces la divina respuesta. Mientras más vívido se haga nuestro ideal, más significado tendrá el trayecto y más lo disfrutaremos.
Traducción al español: Hafiz Juan Manuel Angel