El misterio del orgullo
La reciente publicación de una anécdota sobre Hazrat Inayat Khan causó sorpresa en algunos lectores, y es comprensible. La publicación del 17 de julio en la sección Vislumbres relataba que un miembro de la familia -probablemente un hermano, que deseaba disuadir a Inayat de sobrecargarse de trabajo para cumplir con algún deber- sugirió suavemente que estaría actuando desde el orgullo, el Maestro respondió: “Es todo lo que uno tiene”.
Sus palabras son sorprendentes porque solemos asociar el orgullo con algunos de los aspectos menos deseables del comportamiento humano, una cualidad que deberíamos esforzarnos por dejar atrás en nuestro camino hacia la perfección espiritual. ¿Cómo es posible que Hazrat Inayat aquí no sólo admita actuar desde el orgullo, sino que incluso afirme que es todo lo que tenemos? Sin embargo, si entendemos el asunto de manera correcta, la respuesta nos da una visión profunda de nuestra propia naturaleza.
En el diccionario, el orgullo se define como “el profundo placer o satisfacción por los propios logros” y, en un sentido relacionado, la conciencia de la propia dignidad, de la propia valía. Se suele afirmar que para reconocer nuestra espiritualidad tenemos que superar la tiranía de nuestro ego, y es cierto que un ego inflamado (una enfermedad tan común que debería ser declarada pandemia) se presenta a menudo en expresiones muy poco bellas de orgullo, como la presunción, la autoafirmación, la ostentación, la arrogancia, la vanidad e incluso la crueldad. En cambio, los que han progresado en el camino muestran cualidades de dulzura, sencillez y humildad que parecen estar muy lejos del orgullo. Pero la clave del misterio está en lo que cada uno considera un logro.
El materialista, por ejemplo, puede pensar que su valía se resume en el número y el valor de las posesiones, o si está intoxicado por el poder, por su posición en la sociedad: cuantas más personas estén por debajo de él, más grande se siente y más satisfecho de sí mismo. El místico tiene una visión diferente de la vida, considerando, tal vez, que es un gran logro haber cubierto su pequeño yo de su propia vista, para que la grandeza del Único Ser pueda ser vista más claramente. También puede haber una profunda satisfacción en ver que el propio ideal cobra vida, y en ofrecer todo el servicio que se pueda a ese ideal. Cuando uno sirve por amor, en contraposición a la compulsión, es natural sentir orgullo por ese servicio. Cada uno de ellos, el egoísta y el místico, conocerá una forma de orgullo, pero el orgullo de la persona mundana será denso y limitado, mientras que el orgullo del místico surgirá de lo que no puede ser arrebatado – porque mora en lo eterno. En los Suras del Gayan encontramos: Eres Tú quien es mi orgullo;cuando me doy cuenta de mi limitado ser me siento el más humilde de todos los seres vivientes.
Es muy común pensar en “nosotros aquí abajo” y “Dios allá arriba”, pero si tratamos de separar el comportamiento humano de lo Divino, no llegaremos muy lejos en nuestro camino hacia el Uno. Poniendo a Dios muy por encima de nuestros sentimientos humanos, estamos viviendo en una forma de dualidad. Pero Dios nunca está ausente; está más cerca de nosotros que nuestro propio cuerpo, y la Presencia Divina experimenta todo lo que ocurre en el universo: como nosotros amamos, Dios también ama; como Dios siente compasión, nosotros también experimentamos compasión. Lo mismo ocurre con el orgullo; si encontramos satisfacción en nuestros logros, ¿cómo podríamos esperar que Dios no sienta también esa satisfacción? Pero la satisfacción será más completa cuando nuestra autoafirmación sea menor.
Traducido al español
por Arifa Margarita Rosa Jáuregui