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El Mulá Inconquistable Inner Call Podcast #130
Una vez sucedió que el Mulá Nasruddin estaba sentado en una tienda de té cuando llegó un hombre con la noticia de que el gobernador de la provincia estaba pidiendo ayuda.
“Está buscando un luchador”, dijo el hombre, “y no cualquier luchador, sino un campeón”.
El gobernador, al parecer, había recibido un desafío de un guerrero errante, que decía que podía derrotar a cualquiera en un combate. Desafió al gobernador a presentar a su mejor hombre o sufrir una humillación. Obviamente, el honor de la provincia estaba en juego, por lo que el gobernador ofrecía cien piezas de oro a cualquier ciudadano que pudiera vencer a este hombre. La contienda se fijó para el día siguiente, en la plaza frente al palacio.
“Pero es enorme”, dijo el hombre. “Lo he visto. Sus hombros parecen las laderas de una montaña, sus ojos son tan fieros como los de un águila y sus manos son del tamaño de perniles. Podría despedazar a una persona común y corriente y comérsela”.
Todos los invitados reunidos en el lugar de té coincidieron en que la oferta del gobernador no era para ellos. Sin embargo, al día siguiente, a la hora señalada, uno de ellos entró a grandes zancadas en la plaza: el Mulá.
Con el pecho desnudo y un cinturón de cuero de luchador demasiado grande para él colgado de la cintura, el flaco Nasruddin parecía un palo de escoba al lado del enorme guerrero, que apenas podía contener la risa al verlo. “¿Es ésta la medida de tu provincia?”, dijo burlonamente al gobernador.
Nasruddin se inclinó respetuosamente ante el gobernador y luego le dijo al luchador: “Este es mi desafío. Haz, con los ojos abiertos, lo que yo puedo hacer con los ojos cerrados”.
Al guerrero esto no le pareció un reto en absoluto. Seguramente podría hacer cualquier cosa que el Mulá pudiera hacer, con los ojos abiertos o cerrados, e incluso con una mano atada a la espalda. “Sí, acepto”.
Al oír esto, uno de los amigos del Mulá de la tienda de té se adelantó y colocó un taburete. Nasruddin se sentó y, levantando un dedo, dijo en voz alta: “¡Ahora cierro los ojos!”. Y con eso, el amigo arrojó un cubo entero de arena a la cara de Nasrudín.
Nasruddin se quitó la arena de la cara y la barba, y luego se levantó y le ofreció el taburete al guerrero. “Tu turno”, le dijo, “con los ojos abiertos”.
Pero el guerrero tuvo que rechazar el reto, y Nasruddin se fue a casa como un hombre más rico.
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui