Equilibrar la tierra y el cielo
Antes de que la tecnología de las comunicaciones redujera nuestro vasto mundo a una aldea global, el sentimiento de compasión por nuestro prójimo se limitaba a menudo a la “línea de visión”. El sufrimiento de los que no se ven era demasiado abstracto para causar una impresión profunda en la mayoría de la gente. Ahora, sin embargo, es posible ver y oír como si estuviéramos físicamente presentes, la angustia y la miseria en la escuela arrasada por el fuego en otro continente, o el polvoriento y hambriento campo de refugiados, o la calle destrozada por las bombas, o el hospital destruido y abrumado en el que los médicos luchan por salvar a la gente a la luz de las velas. Los seguidores de un camino espiritual pueden esperar que éste les ofrezca algunas respuestas al dolor que se ve y a la angustia que se siente por las vidas que se están rompiendo. Si no podemos encontrar las respuestas que buscamos, existe un riesgo real para nuestra fe; podríamos llegar a la conclusión de que la enseñanza espiritual no es más que un cuento de hadas, sin nada que ofrecernos en forma de guía y alivio.
No cabe duda de que toda persona desea la paz y la armonía, pero en todo el mundo los buscadores de la paz se encuentran atrapados en una lucha mortal, esforzándose por matarse unos a otros. Esto se debe a que muy pocos han comprendido cómo encontrar la paz en sí mismos. Cuando nuestros pensamientos y acciones son turbulentos, el mero hecho de hablar de paz no tendrá ningún resultado útil, del mismo modo que recitar las bellas palabras de una oración sin sentir no hará que la belleza se manifieste. Por esta razón, Hazrat Inayat Khan nos aconseja encontrar la paz en nosotros mismos, sin dejar de estar atentos a las necesidades prácticas del mundo, incluida, a veces, la necesidad de luchar.
Pero el sufismo enseña que todos formamos parte del Único Ser, y que el dolor de uno es el dolor de todos. ¿No nos remuerde la conciencia ocuparnos de nuestro propio desarrollo cuando tantos sufren tanto? ¿No es egoísta hacerlo?
A este respecto, pensemos por un momento en las dos líneas de la cruz, la horizontal y la vertical. El mundo de la manifestación se extiende de horizonte a horizonte, y en esa amplia extensión se encuentra la infinita variedad de formas físicas y experiencias sensoriales, desde las más agradables a las más dolorosas. La línea vertical representa el eje espiritual, la línea de la aspiración y de la realidad más allá del nombre y la forma, el viaje hacia el Uno. Viviendo sólo en la línea horizontal, podemos hacer todo lo posible para proporcionar felicidad y consuelo a los demás, pero la naturaleza de la limitación significa que el sufrimiento y la decepción nunca pueden eliminarse. Sin embargo, centrar la conciencia en la línea vertical, respondiendo a la llamada de alcanzar lo alto, revela nuestro verdadero ser, que es la felicidad. Podemos desear aliviar el dolor de los demás, pero si no tenemos felicidad que compartir, nuestros piadosos esfuerzos por ayudar al mundo sólo tendrán un efecto limitado. Y lejos de ser egoístas, la lección de la espiritualidad es que sólo podemos elevarnos en el eje vertical olvidando por completo nuestro pequeño yo.
El ideal del sufí es el equilibrio: debemos atender al plano horizontal como podamos, pero también debemos cuidar nuestro ideal sagrado, pues sólo en la Unidad se resuelven todas las contradicciones de la vida. En estos tiempos turbulentos, todos debemos hacer lo posible por cuidarnos los unos a los otros, pero también debemos recordar este dicho de Gayan Alapas: Dios es la respuesta a todas las preguntas.
Traducido por Inam Anda