Llegar a ser persona
Al final de su charla sobre el despertar del alma, Hazrat Inayat Khan llega a una conclusión sorprendente, como un inesperado florecimiento musical o coda que presenta un tema melódico de una nueva e inesperada manera. Dice,
Hay dos cosas, amigos. Hay individualidad y personalidad. Frecuentemente las mezclamos. Una persona nace individuo, pero no persona. Él es un ser separado, una entidad, pero no un ser terminado. Es el acabado de la naturaleza humana, es el acabado de la personalidad, lo que se llama espiritualidad.
Por lo tanto, dejando de lado por un momento la pregunta acerca si nuestra alma está despierta (¿estamos de pie haciendo café? ¿Aun luchando por sentarnos? ¿O tal vez sostenemos la almohada sobre nuestra cabeza y buscamos a tientas el botón para postergar la alarma?), podríamos preguntarnos si hemos ‘terminado’ nuestra naturaleza, si hemos hecho – o si hemos iniciado – la transición de individuo a persona. ‘Espiritualidad’ es una palabra que a menudo nos confunde. Podemos pensar que significa ser piadoso o religioso, o tener poderes especiales como la clarividencia o clariaudiencia. Si simplemente significa, como nos dice Hazrat Inayat, el acabado de nuestra personalidad, entonces el viaje espiritual se vuelve de alguna manera más comprensible.
Y sin embargo, llegar a ser una persona no es asunto sencillo. No podemos definir una persona de acuerdo con cierto estándar rígido, como tampoco podemos definir una virtud. En una circunstancia, cierto comportamiento puede ser correcto, en otra, puede ser incorrecto. Para un Sufí, una virtud es aquello que muestra belleza y trae verdadera felicidad, y podríamos esperar lo mismo de una ‘persona’. Entonces, el comportamiento de una ‘persona’ debe responder al mundo cambiante a nuestro alrededor, y debe procurar hacer de cada momento uno de belleza.
Hazrat Inayat Khan distingue entre naturaleza, refiriéndose a las cualidades y características que recibimos al nacer, y el carácter, los comportamientos que adoptamos para compensar las limitaciones de nuestra naturaleza. Por ejemplo, uno puede tener una naturaleza habladora, y si se hace un esfuerzo por controlar esa cualidad y ser más reservado, esta es una señal de carácter. Cuando hayamos desarrollado suficientemente nuestro carácter, comenzamos, usualmente sin saberlo, a practicar el arte de la personalidad.
Todo arte – ya sea la música, o la danza, o la pintura, o la poesía – es resultado de un esfuerzo infinito y un profundo amor por la belleza que éste exhibe. Por lo tanto, si deseamos aprender el arte de la personalidad, debemos entrenarnos en admirar la gracia y belleza de la personalidad dondequiera que la veamos, y debemos estar preparados para un arduo trabajo.
Traducido por Darafshan Daniela Anda