No me concierne, ¿verdad?
Es posible que algunos lectores del “Inner Call” hayan pasado por alto la conferencia de Hazrat Inayat Khan recientemente publicada sobre el convencionalismo. Muchos consideran las convenciones como comportamientos sin sentido que no hacen más que ponernos bajo obligaciones tediosas e irritantes. Además, cabría preguntarse, ¿qué tiene que ver el convencionalismo con la espiritualidad? Sin embargo, si uno lee la conferencia con atención, podría descubrir un rayo de sabiduría.
“Convención” en este contexto significa un comportamiento socialmente aceptado, algunas veces esperado, pero una convención específica rara vez es universal. Por ejemplo, la forma Sudamericana de saludar, que a menudo implica besar a extraños no una, sino dos o tres veces, horroriza a algunos noruegos socialmente reservados. Y mientras en algunas partes del mundo simplemente se desconoce la fecha de nacimiento, en los Países Bajos los cumpleaños se toman muy en serio, y no felicitar a alguien en su día especial (y antes del mediodía, si es posible) puede arrojar una larga sombra.
A medida que avanzamos a tientas hacia la conciencia global, esta variabilidad puede hacernos dudar de que las convenciones tengan algún significado real. Es más, hoy en día hay una tendencia a valorar cualquier cosa que parezca nueva y diferente, por lo que se asume que las viejas costumbres deben desecharse solo para mostrar que estamos al día. Pero esa desestimación de la convención es en sí una convención; nos guste o no, siempre nos encontraremos introducidos en “lo que es aceptable”. La verdadera pregunta es, ¿cuál es el propósito de nuestra convención? Pues la convención no es el objetivo; es un puente hacia algo, y cuando reconocemos eso, es posible observar una forma o costumbre con verdadera sinceridad. Entonces, como dice Hazrat Inayat Kahn, tiene una virtud y sirve como puente hacia el refinamiento.
La persona sabia puede ver que la convención es una forma de encontrar armonía con los demás, de compartir la belleza con ellos y hacerlos sentir a gusto, y en esa consideración por los demás descubrimos la relevancia espiritual de este tema. Como dice en el Gayán Suras: Verdaderamente el hombre que considera los sentimientos humanos de los demás es espiritual.
Traducido por Yaqín, Rodrigo Esteban Anda