Continuamos con las memorias de Hazrat Inayat Khan sobre su juventud, comenzadas en esta publicación.
Todo este tiempo mi progreso en la escuela fue muy lento. Fallé en todos los exámenes, pero me promovieron de todos modos, porque era mayor que los otros chicos, y no les gustaba tener muchachos mayores entre los más jóvenes. Así que me promovían, ¡pasara o no los exámenes!
Una vez no llegué a casa a la hora de la cena y mis padres estaban muy enojados, mi padre en especial dijo: “Cuando él llegue a casa recibirá una buena zurra; debe haber ido a algún lugar con los muchachos, aunque sería muy raro que lo hiciera”. Finalmente enviaron gente por todas partes a buscarme, pensando que tal vez me habían secuestrado o que me había escapado. Se preguntaban qué podía haber ocurrido. Por fin llegué a casa, temblando porque no tenía idea de qué hora era; era muy tarde en la noche. Me preguntaron dónde había estado y les dije que había ido a escuchar una conferencia sobre filosofía. Mi padre, que estaba dispuesto a azotarme, se divirtió con esto y entonces preguntó si lo que yo había dicho podía ser cierto. Pero mi abuelo también había asistido a esta conferencia, así que le dije a mi padre que él me había visto allí. Esto sorprendió mucho a mi padre, pero me sacó de todos mis problemas.
Mi abuelo, según la costumbre de gente de renombre en Oriente, siempre tenía su salón abierto a todos los visitantes. Así que con todos los grandes músicos, poetas, artistas, científicos, gente instruida, y pensadores que venían a visitarlo, el lugar era como una escuela. Las discusiones sobre moral, lógica, religión, música o poesía siempre ocurrían. Nada me complacía más que me dejaran sentar en un rincón y escuchar. A todos les sorprendía tanto que un muchacho de esta edad eligiera sentarse allí en vez de jugar con otros niños y sus pelotas de goma. Pero mi abuelo tenía gran comprensión, y me permitía sentarme allí, y así escuchando las discusiones en su salón, donde yo pasaba la mayor parte de mi tiempo todos los días, desarrollé una gran visión.
Un día surgió un tema que me agradó más que todo. Un poeta, Kavi Ratnakar, hablaba de un libro raro del que sólo existían unas pocas copias, de Shigr Kavi, y que explicaba la naturaleza humana. Este poeta había recibido una recompensa de un lakh[1] de rupias del emperador Mogul. Así que muy interesado, me preguntaba qué clase de libro podría ser; para mí la naturaleza humana era un tema de lo más interesante. Cuando todos se habían ido, le hablé a mi abuelo y le pregunté si podía ver el libro. Dijo: “Sí, es un libro sobre la naturaleza humana, pero no puedes leerlo hasta que hayas aprendido todas las cosas que tienes que aprender primero”. No me dejó verlo. Sin embargo, vi de donde había tomado el libro, y cuando él salió de la habitación y no había nadie más, fui a ese lugar, lo tomé de la estantería y lo saqué de la habitación. Era escrito a mano, y muy difícil de entender para mí. Me tomó mucho tiempo, incluso leer una línea. Pero estaba tan interesado que pensé: “¡Si tan solo pudiera preguntarle a alguien lo que esto significa!”. ¡Sólo quedaba una persona, y era mi abuelo, cuyo manuscrito había robado! Nadie más era lo suficientemente paciente como para decirme el significado de cierto pasaje, así que tuve que ser honesto y confesar lo que había hecho. Mi abuelo fue a la estantería para conseguir el libro, y ¡ya no estaba! ¡Quién podría ser el sospechoso! Entonces le dije que yo era el que lo había tomado, y que no lo podía entender. Dijo: “¡Qué travieso eres! ¿Por qué no me lo pediste?” Le dije: “Si te lo hubiera pedido, no me lo habrías dado” “Nunca debes hacer esto de nuevo”, dijo, y lo prometí. Pero en su mente estaba contento. Era un hombre sabio y considerado. Pensó: “Este es su apetito; le daré lo que su alma quiere”. Así que me envió a aprender poesía de Kavi Ratnakar, y me trajo otros poemas y versos de diferentes poetas que habían escrito versos sobre religión y filosofía y Dios. Estaba tan interesado en aprender todos estos versos, pero la dificultad fue que pensé que todo el mundo estaba interesado en ellos también, así que con mi libro en mano iba a donde cualquier persona que estuviera sentada o cosiendo, o incluso cocinando, sea lo que sea que estuvieran haciendo, y les decía: “¡Escuchen qué hermoso poema es éste!”. ¡Pero no les gustaba! Decían: “Vete a tu habitación y léelo allí. ¿Por qué nos molestas con él?”. Muchos hablaban así, pero algunos decían: “Sí, léeme”. Y luego seguía leyendo tanto tiempo que se cansaban y me pedían que parara, diciendo: “¡Ahora ya es suficiente! ¡Ve y lee solo durante un rato!”. Todo esto me ayudó a conocer el fundamento, la forma, los versos, y esto me dio los medios materiales para expresar mis propios pensamientos cada vez que venían a mi mente.
[1] Lakh de rupias; 100.000 rupias.
Continuará…
Traducido por Juan Amin Betancur