Hazrat Inayat: Confesiones, parte XIV – Mi Viaje por Occidente
Continuando su viaje por Occidente, Hazrat Inayat Khan viaja ahora de América a Europa. La publicación anterior se encuentra aquí.
Alabado sea el nombre de Dios, porque aquellos que se sintieron atraídos por el mensaje de la verdad fueron en su mayoría dedicados y muy devotos. De hecho, su simpatía casi me hizo olvidar mi añoranza de Oriente, y me sentí uno con ellos. Algunos murids muy adinerados deseaban que abandonara mi profesión, y me propusieron ayudarme materialmente para que mis necesidades fueran satisfechas sin problema, y que así pudiera dedicar todo mi tiempo al llamado sufi.
Rechacé esta propuesta con gratitud, porque, siendo sufi, no me importaban las apariencias, creyendo siempre que el ser era el único bastón fiable de la vida; mientras que la música, siendo mi religión, era para mí mucho más que una mera profesión, o incluso más que mi misión, ya que la consideraba como la única puerta de entrada a la salvación.
Mis compañeros, entre los que se encontraban mis dos hermanos, Maheboob Khan y Musharaff Khan, y mi primo Muhammad Ali Khan, ofrecieron su máximo servicio dedicándose al establecimiento de la Orden Sufi que, a su debido tiempo, se asentó sobre una base firme. Como hasta entonces el misticismo había sido convertido en algo oculto y esotérico por algunos maestros que sólo lo enseñaban a los que pertenecían a su propia raza, religión, nación o clase, mi tarea consistía en inculcar al mundo que el misticismo les pertenecía a todos; y que, así como yo lo había adquirido del hombre, debía impartirlo de nuevo al hombre, sin cuestionar su derecho, su casta o su credo.
Después de mi viaje por América vine a Europa y visité Inglaterra, donde busqué inmediatamente a mis compatriotas con la esperanza de volver a ver caras familiares, ya que había visto tan pocas desde que dejé la India. Pero, para mi gran decepción, descubrí que eran todo lo contrario de lo que yo esperaba; algunos parecían evitar a sus compatriotas a propósito, y los demás estaban empeñados en mantenerse en su propio grupo. Esto revelaba una influencia equivocada de la cultura occidental en sus vidas.
Por fin, mediante un esfuerzo continuo, reuní a mis compañeros espirituales entre los europeos a mi alrededor, y éstos resultaron ser más afines a mi alma que mi propia gente. Encontré mucha más simpatía y respuesta por parte de los ingleses de lo que jamás había esperado de ellos cuando estaba en la India. Su naturaleza amable y cortés revelaba una marcada diferencia entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Pero había poca curiosidad por la India y su gente, y me resultó muy difícil al comienzo entrar en contacto con mentes abiertas a la filosofía.
Continuará…
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.