Hazrat Inayat: Magnetismo pt III
Habiendo discutido el magnetismo físico y mental en la publicación anterior de esta serie, Hazrat Inayat Khan ahora habla del magnetismo del amor y la esencia del magnetismo en sí.
Ahora, con respecto al tercer aspecto del magnetismo. Quizás este aspecto del magnetismo pueda llamarse de un tipo superior a los dos que se han explicado antes, porque este magnetismo es más profundo y toca a otra persona más profundamente. Este es el magnetismo del amor, de la simpatía, de la amistad. Una persona que por naturaleza es comprensiva, una persona que tolera, que olvida, que perdona, una persona que no guarda amargura en su mente, ni malicia en su mente contra nadie, una persona que admira la belleza, que aprecia la belleza, que la ama, quien la ama en el arte, en la naturaleza, en todas sus formas, y quien se acerca a su amigo y enemigo, al conocido, al extraño, a todos, la persona que puede aguantar y que puede sufrir, y que posee el poder de tener paciencia en todas las condiciones de la vida, que siente el dolor de otro en su corazón y que siempre está dispuesto a convertirse en un amigo, es esa persona cuyo magnetismo es mayor que todos los diferentes magnetismos que conocemos.
No necesitamos ir muy lejos para ver esto. Si solo buscamos cosas buenas en las personas, encontraremos esto. Entre nuestro entorno podemos encontrar muchas personas en las que podemos apreciar esa cualidad. Un día, un hombre que había viajado mucho vio a un místico indio y le dijo: “escuchamos mucho y hemos leído mucho sobre los santos, los sabios, los mahatmas y los maestros que vivían en la India. Pero después de haber ido allí no encontré a nadie”. Y el místico le dijo: “no tenías que haber ido tan lejos. Las almas que valen la pena, las almas que se aman unas a otras, se encuentran en todas partes. ¿Para qué buscamos santos y sabios? Se encuentran en todas partes”. Este místico indio dijo: “estoy aquí, fuera de casa todo este tiempo. ¿Acaso no los encuentro? Los encuentro por todas partes “. Si podemos apreciarlos, podemos encontrarlos; pero si no podemos apreciarlo, aunque viniera un ángel, no podríamos encontrar estas cualidades en él. Sin embargo, llámenlo santo o sabio, llámenlo profeta o mahatma, si hay algo que atrae al hombre hacia el hombre, es el elemento amoroso que derrama.
Ahora la pregunta es, ¿cómo se puede desarrollar esta cualidad? Y la respuesta será, con una cosa: estudiar, conocer, practicar y vivir la vida de un amigo. Al contemplar este pensamiento desde la mañana hasta la noche: “hacia todos los que conozco, hacia los que me aman y los que me odian, practico en mi vida ese pensamiento de amistad, esa disposición, ese derramamiento de simpatía y amor. Si lo hago, ya es suficiente”. Y además de esto, más allá del magnetismo que se obtiene, cuando consideramos la vida como es, con todas sus limitaciones, con todo el dolor, los problemas y las responsabilidades que nos da, si parece haber algo que valga la pena es sólo una cosa, y es el pensamiento y la impresión de que hemos hecho todo lo posible por ser amables, tiernos con aquellos con quienes nos encontramos en nuestra vida diaria. Si hay alguna oración, si hay alguna adoración, si hay alguna religión, es esta. Porque no hay nadie allí [es decir quizás, “en el cielo”] para agradar; si hay alguien a quien complacer y cuyo placer vale la pena ganar, es aquí, es el hombre; y es en el agrado del hombre, si uno lo comprende, que está el agrado de Dios.
Y ahora llegamos al cuarto aspecto del magnetismo; y este aspecto es el magnetismo mismo. La falta de magnetismo significa que este aspecto está oculto. Y ese magnetismo es el alma del hombre. Para definir qué es el alma, se puede decir: el alma es el yo del hombre. ¿Pero cuál yo? Ese yo del que no conoce. Como ejemplo, hay una divertida historia india que trata de unos campesinos que viajaban, pero era la primera vez en su vida que iban de viaje, y, preocupados unos por otros, pensaron que a la mañana siguiente debían contar si todos los campesinos estaban allí. Estaban muy desilusionados después de haber contado, pues contaban diecinueve, y se entendía que veinte campesinos se habían ido de casa. Entonces cada campesino contó y dijo: “son diecinueve”, y no pudieron encontrar quién faltaba, porque todos estaban allí. Al final descubrieron que el que contaba se olvidaba de contarse a sí mismo.
Esa es la condición del alma. Ve a todos los seres, pero no se ve a sí misma. Y el día en que el alma se da cuenta de sí misma, ese día comienza una nueva vida, un nuevo nacimiento. Es el alma autorrealizada la que crece, la que se expande. Mientras el alma no haya tomado conciencia de sí misma, no se desarrolla, no crece. Por tanto, es en el momento en que el alma empieza a darse cuenta de sí misma cuando el hombre empieza realmente a vivir en el mundo. Pero debe entenderse que el magnetismo del alma autorrealizada es mayor que cualquier magnetismo que uno pueda imaginar. Es poder, es sabiduría, es paz, es inteligencia, es todo. Es este magnetismo el que cura, cura los cuerpos y cura las mentes; y es este magnetismo el que eleva a los caídos en dificultades, dolores y tristezas.
Es este magnetismo el que saca a los que están confundidos en la oscuridad. Es por este magnetismo que las almas iluminadas extienden su amor, atrayendo así a todos los seres. Es con este magnetismo que Cristo dijo a los pescadores: “venid acá, os haré pescadores de hombres”. Es con este magnetismo que los grandes, como Buda, como Moisés, Mahoma, y Cristo, vinieron y atrajeron a la humanidad. Y la humanidad durante siglos se ha olvidado. Es ese magnetismo que, después de que han pasado al otro lado, ha mantenido a millones y millones de personas en un vínculo, de hermandad, de simpatía, de amistad. El inmenso poder que da el magnetismo del alma representa un magnetismo divino. Es una prueba de algo detrás del mundo visto.
Continuará…
Traducido por Yaqín, Rodrigo Esteban Anda