Hazrat Inayat: Mensaje y Mensajero Pt VI
En esta entrega de la serie, Hazrat Inayat Khan proporciona una perspectiva profunda de la paradójica vida del Mensajero, quien es todo y nada al mismo tiempo. La publicación anterior puede encontrarse aquí.
En cuanto al instrumento del mensaje, en realidad el universo entero es un instrumento, y todo objeto y todo ser en él es un instrumento. A través de cualquier instrumento que Él escoge, Dios entrega Su mensaje. Hay una expresión de Jelaluddin Rumi: “Fuego, agua, aire y tierra son servidores de Dios, y cuando Él desea que trabajen para Él, están listos a obedecer sus órdenes.” Si los elementos son los servidores obedientes de Dios, ¿no puede el hombre ser un mayor y mejor instrumento?
A decir verdad, Dios mismo es el mensajero. En su aspecto de Dios, es Dios, pero en la forma del mensajero, Él es el mensajero. La marea surge del mar y cuando el mar tiene ese movimiento se lo llama marea, pero en realidad la marea es el mismo mar.
No es la madera solida la que puede convertirse en flauta, sino la caña vacía. Es la perfección de esa pasividad en el corazón del mensajero lo que da amplitud al mensaje que viene de arriba; pues el mensajero es la flauta, el instrumento. La diferencia entre su vida y la vida del hombre promedio es que la del último está llena de ego. El alma bendecida es aquella cuyo corazón está vacío de ego, y está llena de la luz de Dios.
El mensajero tiene cinco aspectos en su ser: el divino, el ideal, el profeta, el portador del mensaje y el maestro. Cuatro de estos aspectos ya fueron mencionados, así que queda solo el ultimo, que es el aspecto del maestro.
La reivindicación de Risalat (i.e. de dar un mensaje divino, de ser un mensajero) es una gran carga en toda la vida del hombre, más pesada que la tierra y más grande que el cielo. Es el cumplimiento del mensaje lo que debe identificar su nombre con el Espíritu de Guía. El hombre por muy grande nunca debe presumir perfección, pues la limitación de su ser externo lo limita ante los ojos de los hombres. La reivindicación de cristiandad, viviendo en la tierra, debe ser examinada por innumerables focos que recaen constantemente sobre él. La mayoría de los hombres solo pueden ver las limitaciones de su vida humana y nunca pueden experimentar las cumbres de la divinidad; relativamente pocos pueden hacerlo.
La reivindicación de cristiandad resultaba para la gente demasiado grande para Jesús. Por eso fue crucificado por el mundo intolerante. Cristo no fue crucificado porque la gente de su época no fuera evolucionada, sino porque siempre es difícil vivir entre personas cuyos estándares de bondad se han superado. Si Cristo apareciera hoy reivindicando cristiandad, aun hoy sería crucificado. Cristo no puede estar sin la cruz, ni la cruz puede estar sin Cristo; Cristo y cruz ambos van juntos.
Lo que se exige de un mensajero es que sea tan libre como un hilo de seda, que pueda afinar su laúd tan alto como escoja; y también que sea tan fuerte como una cuerda de tripa, para que pueda soportar el desgaste de la vida en el mundo; ser tan tierno que pueda responder a todo llamado a la compasión y ser tan firme que resista todo; estar en el mundo y no ser del mundo; vivir y no vivir porque solo el Señor Dios vive.
¿Qué trae un profeta? ¿Trae nuevas doctrinas, nuevas enseñanzas y leyes? Lo hace y a la vez no lo hace; pues no hay nada nuevo bajo el sol, y siempre es la misma ley la que viene a cumplir. Cuando hay necesidad, el profeta clama en voz alta lo que siempre ha sido susurrado suavemente por los labios de los sabios de todas las épocas. Mas allá y por encima de las palabras, trae la luz que aclara las cosas, haciéndolas sencillas como si hubieran sido siempre conocidas por las almas en la tierra; trae vida; reviviendo los corazones y las almas que de otra forma son como huesos secos en la tumba del cuerpo humano. Sí, el profeta trae una religión, pero eso no es todo: lo que realmente trae a la tierra es al Dios vivo, que de otra manera está escondido en los cielos.
¿Y quién es el Maestro? Es visto por todos y sin embargo no lo ven realmente. Es conocido por muchos, y reconocido por pocos. Habla a todos; y sin embargo su silencio aviva a todas las almas. Es muy apegado, y aun desapegado; muy interesado y aun indiferente. Triste de temperamento, y aun muy alegre; pobre como un hombre puede ser y aún muy rico. Rey de su alma, y aun camina con el cuenco del mendigo en su mano de puerta en puerta. Alertador de peligros y consolador de corazones heridos; camarada de los jóvenes y amigo de los viejos; Maestro de la vida interior y exterior y aun el servidor de todos – tal es el ser del Maestro. Es hombre a la vista del hombre, pero Dios en el Ser de Dios.
Continuará…
Traducción al español: Hafiz Juan Manuel Angel