Hazrat Inayat: Moisés
Moisés, el profeta más brillante del Antiguo Testamento, dio al mundo la Ley divina, los diez mandamientos, que en realidad eran la interpretación de la Ley divina que el percibió, expresada en las palabras de aquellos que tenía al frente en esa etapa de la civilización del mundo. En relación a esto, es interesante tomar nota del dicho Sufi que viene de tiempos remotos, que dice: “Se el seguidor del amor y olvida toda distinción”, porque en este sendero del logro espiritual, clamar que “soy así y así” carece de sentido. El bebé Moisés fue encontrado junto al río por una Princesa, quien no supo de qué familia venía ni quienes eran su padre o su madre. Sólo el nombre de Dios como Padre o Madre de Moisés venía a la mente de cualquier solicito investigador. Cuando las personas comparan las enseñanzas de diferentes religiones y forman su opinión acerca de ellas precipitadamente, a menudo se equivocan: es prematuro hacer tales distinciones. Llega una etapa en la evolución de un alma iluminada en la que comienza a ver la ley detrás de la naturaleza, la verdadera sicología. Para ella la vida entera revela los secretos de su naturaleza y carácter; y cuando hace una interpretación de estos secretos a otros, estos se limitan, porque toman el color de su propia personalidad y la forma del pensamiento de aquellos a quien se da el mensaje.
La historia de Moisés según la cuentan los Sufís es de lo más interesante y útil para el viajero en el sendero. Moisés ha sido el personaje favorito de los poetas de Arabia y Persia, y en los poemas de los Sufís Persas, Moisés se menciona a menudo, así como Krishna se menciona en la poesía de los Hindús.
La Ley de Dios es sinfín, tan ilimitada como Dios mismo.
Moisés caminaba por el desierto buscando fuego. Vio en la distancia humo que se elevaba en la cima de una montaña, así que escaló a la cima de la montaña para encontrar el fuego. Pero al llegar a la cima, vio un destello de rayo, tan poderoso que atravesó su ser entero. Moisés cayó al piso inconsciente y cuando recuperó el sentido, se encontró con la iluminación. Desde ese momento el Monte Sinaí fue el lugar donde iba a menudo y se comunicaba con Dios. La historia es muy reveladora, si pensamos que es posible que toda la iluminación que se desea puede llegar a un alma en un momento. Muchos piensan que el logro espiritual puede ser alcanzado con gran trabajo; no, el trabajo se requiere para el logro material. Para el logro espiritual lo que uno necesita es el alma buscadora como la de Moisés. Moisés cayendo al suelo puede interpretarse como la Cruz, que significa “No yo, sólo Tú”. Para poder ser, uno debe atravesar una etapa de ser nada. En los términos Sufís se le llama Fana, cuando uno piensa “No yo” (no soy lo que siempre había pensado que era). Esta es la verdadera auto negación, que los hindús llaman Laya y en el budismo el término es “aniquilación”. Es la aniquilación del falso ser que da lugar al verdadero ser: una vez que se ha hecho, desde ese momento el hombre se acerca más y más a Dios, y se para cara a cara con su ideal divino con quien puede comunicarse en cada momento de su vida. La Ley de Dios es sinfín, tan ilimitada como Dios mismo, y una vez que el ojo del buscador penetra a través del velo que cuelga en su delante, ocultando de sus ojos la verdadera ley de la Vida, el misterio de la Vida entera se le manifiesta, y la felicidad y la paz se hacen suyas, puesto que son el derecho de nacimiento de toda alma.
Tr. Baasit Patricio Carrillo