Hazrat Inayat : Mi iniciación en el sufismo pt III
En la publicación anterior de la serie, Hazrat Inayat Khan finalmente conoce a su Murshid, Muhammad Syed Abu Hashim Madani, y comienza su vida en el camino Sufi. Aquí, en unos pocos y cortos párrafos cuenta sobre su tiempo con su Murshid, y de la muerte de su Maestro.
De este tiempo, un apego espiritual entre mi Murshid y yo se estableció firmemente. Al crecer más y más, se abrió en mí en las formas de la luz a través de mi apego a ese brillo interno, que nunca se puede ganar con discusiones o argumentos, lectura, escritura, ni ejercicios místicos.
Lo visitaba a expensas de todos mis asuntos cuando sentía su llamado, recibiendo los rayos de su éxtasis con la cabeza inclinada, y escuchando todo lo que decía sin dudar ni temer. Así, la firme fe y la confianza que apliqué en mis meditaciones me prepararon para absorber la Luz del Mundo Oculto.
Estudié el Corán, el Hadith, y la literatura de los místicos persas. Cultivé mis sentidos internos, y experimenté períodos de clarividencia, clariaudiencia, intuición, inspiración, impresiones, sueños, y visiones. También realicé experimentos para comunicarme con los vivos y los muertos. Profundicé en los lados ocultos y psíquicos del misticismo, así como en comprender los beneficios de la piedad, la moral, y Bhakti o la devoción. Mientras más avanzaba en la búsqueda, más ignorante parecía, dado que siempre había algo más por aprender y por adquirir. De todo lo que comprendía y experimentaba, lo que más valoraba era esa sabiduría divina que por sí sola es la esencia de todo lo que es mejor y posible, y que nos lleva desde el mundo finito a la dicha infinita.
Después de recibir instrucciones en los cinco diferentes niveles del sufismo, el físico, el intelectual, el mental, el moral y el espiritual, pasé por un curso de entrenamiento en las cuatro escuelas: Chishti, Naqshibandim, Qadiri y Suhrawarda. Todavía recuerdo este período bajo la guía de tan grande y misericordioso Murshid como la época más bonita de mi vida. En él vi todas las cualidades más raras, mientras que su naturaleza sencilla y su fina modestia difícilmente se podían igualar, incluso entre los místicos más altos del mundo. Combinaba dentro de sí el hechizo intenso del éxtasis y el flujo constante de la inspiración con el alma misma de la independencia espiritual. A pesar de que había encontrado los atributos más maravillosos en los místicos que había conocido, algunos en mayor o menor grado, nunca antes hasta entonces había contemplado el balance de todo lo que es bueno y deseable en una sola persona.
Su muerte fue tan santa como lo había sido su vida mortal. Seis meses antes de su final, predijo su llegada y concluyó todos sus asuntos terrenales con el fin de liberarse para su viaje futuro. ‘La muerte es un vínculo que une al amigo con El Amigo en el más allá’, es un dicho de Mahoma.
Se disculpó no solo con sus familiares, amigos y murids, sino incluso con sus sirvientes, con el fin de que no hubiera algo que los hubiera disgustado o herido. Antes de que el alma abandonara su cuerpo, se despidió de toda su gente con palabras amorosas. Y entonces, sentado erguido e inquebrantable, continuó hacienda zikar; y perdido en la contemplación de Alá, él, por voluntad propia, liberó su alma de la prisión de este cuerpo mortal para siempre.
Nunca olvidaré las palabras que dijo al poner sus manos sobre mi cabeza en bendición, ‘Sal al mundo, hijo mío, y armoniza oriente y occidente con la armonía de tu música. Difunde la sabiduría del Sufismo en el extranjero, pues para este fin has sido dotado por Alá, el más misericordioso y compasivo.’
Traducido por Darafshan Anda