Hazrat Inayat: Religión de la Naturaleza. Segunda Parte.
Continuamos con el largo texto de Hazrat Inayat Khan sobre la religión de la naturaleza que comenzamos aquí. Muchos académicos y filósofos han comparado religiones sobre la base de sus formas externas, pero en estas líneas Hazrat Inayat nos ayuda a buscar las similitudes internas.
El hombre va paso a paso de un sencillo culto a la adoración del Altísimo, a medida que se da cuenta de un ideal cada vez más elevado. Esto podemos verlo cuando estudiamos la historia de las religiones. Es el deseo de mostrar su respeto, el deseo de idealizar que ha hecho al hombre adorar ídolos o árboles. Algunas personas consideran sagrado a un determinado árbol. E incluso al inclinarse ante los árboles se satisface su deseo de amar, su deseo de humillarse, su deseo de mostrar respeto y reverencia; y por este medio el amor del corazón tiene su escape. Tales personas no están lo suficientemente evolucionadas para saber dónde está Dios. Él no está ante sus ojos como está este ídolo. ¿Cómo puede ser conocido Aquel que no es visto? Por lo tanto, la gente se inclina ante flores hermosas, plantas hermosas, árboles hermosos en el bosque. Otros se inclinan ante rocas que tienen cierta forma que los atrae y produce en ellos el deseo de rendir homenaje a esta roca en particular, lo que satisface el deseo del alma de reverenciar y ofrecer respeto.
Luego, a medida que la inteligencia se desarrollaba aún más, las personas percibían que a veces estaban más elevadas que la roca ante la que previamente se habían inclinado. Pensaron, “Esa roca es baja, podemos tocarla; podemos alcanzar su parte más alta; hay miles como ella”. Consecuentemente se ponen a pensar, “Es mejor adorar al sol, porque no puede haber nada más alto. Nosotros no podemos acercarnos a él. No hay nada tan brillante como el sol. Cuando aparece, ¿no se lleva toda nuestra oscuridad y preocupaciones? Él quita todas las condiciones que producen muerte y destrucción en los campos y los pueblos, tales como asaltantes y ladrones, tigres y leones. Todo se despeja cuando sale el sol, y una nueva vida comienza; y con él vienen la fuerza, el vigor, la energía y el entusiasmo para salir al mundo. Es lo único que aleja el miedo, y cuando se va, estamos asustados nuevamente y nos escondemos en nuestras pequeñas aldeas”.
Y este culto al sol duró un largo tiempo. En lugares como Persia y en lugares como el este de Rusia, donde no siempre hay sol pero siempre se necesita el fuego, la gente buscaba refugio del frío clima sentándose cerca del fuego. La luz del fuego se convierte en compañía en la soledad, el calor del fuego brinda comodidad, la luz quita el miedo, el calor purifica todo lo que entra en él. Es por eso que en esos países donde hay mucho frío, le consideran sagrado al fuego y se inclinan ante él en obediencia al mismo anhelo innato de reverenciar y presentar su respeto.
Pero el hombre ascendió aún más alto hasta que comenzó a pensar, “No, no; el sol, que va y viene, aparece y desaparece, no está con nosotros constantemente. Entonces buscaré algo que está permanentemente con nosotros”. ¿Y qué es eso? Seguramente se encuentra en la imaginación. Sin duda es un espíritu que es Dios. En Mongolia y China y en todos esos países orientales donde se adoran innumerables dioses dicen, “Lo único que nos acompaña día y noche, en problemas y en dolor, en alegría y en tristeza, es ese espíritu que es Dios”.
Luego viene el tiempo en que el poder que gobierna es percibido en todos los seres, en cada planta, en cada estrella, un poder que controla dirige tantos y tan diversos objetos. Así fue como los héroes fueron respetados, los reyes fueron adorados, e incluso se pensó que cada planeta o estrella representaba un dios separado. Este ideal de adoración se desarrolló entre los griegos e hindúes.
Luego llegamos a la raza semita, la raza de la cual se puede rastrear el inicio de la Biblia, los hijos de Israel. Abraham notó que las personas a su alrededor adoraban ídolos, adoraban símbolos y vacas sagradas, o bestias o aves. Reflexionó acerca de Dios y pensó, “No, si Tú estás en todas partes, debes estar en algún lugar dentro de mí, y quiero encontrarte”. En una ocasión, estando recostado y despierto, repitió Su nombre, y al pensar así en Él, buscó alguna señal de Aquel que realmente es digno de adoración. De nuevo, en sus visiones, vio la estrella y se levantó para preguntar: “¿Eres tú Dios?”, y la respuesta vino desde adentro, “Ella no es. Ella viene y va porque no es estable ni constante. Un objeto que es digno de adoración debe estar constantemente ante uno”. Luego, al día siguiente, miró la luna y preguntó, “¿Eres tú el Dios?” y la respuesta llegó, “No, porque la luna toma su luz del sol”. Entonces miró al sol e hizo la misma pregunta, y la respuesta llegó, “No, aquel que aparece o desaparece, sin embargo, perfecto en su luz y forma, no puede ser el Dios eterno”. Y así, él percibió que Dios es un ideal más elevado que el sol, o la luna o cualquier cosa que pueda ser expresado en palabras; un Dios que es invisible y sin forma y sin nombre, totalmente fuera de la concepción del hombre. Así es como comenzó el ideal del único Dios.
Este gran ideal vino a través de diferentes profetas, y fue expresado en diferentes formas. Si Moisés dijo: “Un único Dios, ningún otro dios sino Yo”, Jesucristo enseñó que no solamente hay un único Dios, sino también una única Vida; toda la manifestación es una. El sol no es lo que vemos; existe el sol, existe la manifestación que vemos, y hay eso que procede del sol – los tres aspectos del uno. “Yo y mi Padre somos uno”, “Lo que procede del Padre y del Hijo es uno”: estas frases contienen los tres aspectos, y crean un acertijo en la mente del hombre, que puede permanecer en este rompecabezas toda su vida. Está el asunto en sí, existe su manifestación y existe lo que procede de ella, siempre esta trinidad en la unidad. En todas las épocas, el mensaje fue dado con verdad y sabiduría a medida que llegaba cada mensajero, pero ¿cómo podían todos comprender la verdad si no todos han sido capaces de entenderse entre sí? El lenguaje apenas puede expresarlo, y es difícil de entender.
La misma dificultad apareció en tiempos de Mahoma. Él le dijo a su pueblo, que era adorador de tantos dioses, “No hay sino un único Dios”. Ellos le preguntaron, “¿Dónde está Él? ¿Está en nuestros templos? ¿Está en la Kaaba? Él dijo, “No, su templo es el corazón del hombre”. “¿Qué tan lejos está Él?” – “El está más cerca de ti que tú mismo” – “¿En qué podemos encontrarlo?” – “En todas las cosas y en todos los seres” – “¿Cuál es su signo? – “Él está más allá de todos los signos y, sin embargo, todos son Sus signos. Él no puede ser restringido a un solo centro, o a una sola forma, o a un solo nombre, porque todos los nombres son Sus nombres, todas las formas son Sus formas, ¡todos en el cielo o en la tierra son Su ser, y sólo hay Uno!”
Si quieres encontrarlo, lo encontrarás en la inteligencia más elevada. Cuando la inteligencia se manifiesta a sí misma en la superficie, es Dios. Al manifestarse a Sí mismo, Él ha asumido varias formas; a través de cada una de estas formas, paulatinamente busca llegar al mismo estado del ser absoluto. Cada forma: roca, animal, ave, hombre, cualquier cosa, siempre se está esforzando en subir a la superficie. La Biblia nos dice que elevemos nuestra luz a lo alto; está cubierta bajo un montón. El montón es la parte de nuestra vida que se manifiesta; todas estas formas que cubren la inteligencia interior, que en su aspecto original es la raíz del ser, son el montón. La inteligencia interior, la luz, ha llegado a estar oculta bajo la manifestación, y es el deseo de la naturaleza develarla nuevamente, para permitirle contemplar su ser original, lo que consigue a través de todos los cambios que toma la forma de muerte y destrucción.
Esta gran verdad, tan difícil de expresar, requiere ser anunciada por cada profeta, cada maestro, cada santo que ha traído el mensaje, en ese lenguaje que sus oyentes puedan comprender mejor. Si el maestro percibía que el método usado por los oyentes era bueno, les aconsejaba continuar con la misma forma de adoración, continuar yendo a tal templo o a tal iglesia, hasta que fueran capaces de percibir lo que es la verdad real escondida detrás de todas las cosas.
Continuará…
Traducido por Inam Rodrigo Anda