Hazrat Inayat: Renunciación I

Hemos estados explorando las enseñanzas de Hazrat Inayat Khan en lo que podría llamarse las leyes de la vida; la más reciente publicación sobre el tema puede encontrarse aquí. Luego de examinar la ley de reciprocidad y la ley de generosidad, hoy empezamos a considerar lo que el maestro llamaba la ley de la renunciación. El texto también resume muy claramente lo que significan las dos primeras leyes

Vida en Dios

“En Él vivimos, nos movemos y existimos”. Esta enseñanza de la Biblia describe la naturaleza de Dios: que Dios es el océano, cuyas olas son sus movimientos, pequeños o grandes. El Corán dice en confirmación a esto que ni un solo átomo se mueve, se agrupa, o dispersa sin el mandato de Dios. Rumi explica esto aun mas claramente: “Aire, tierra, agua y fuego son servidores de Dios; para nosotros parecen sin vida, pero para Dios viven”. En aquellos que son conscientes de este conocimiento, y en la medida de su reconocimiento de esta verdad, llega el espíritu de la renunciación que puede ser llamado el espíritu de Dios.

Aquel que quiere algo, se vuelve mas pequeño que lo que desea; aquel que regala algo, es más grande que lo que da. Por consiguiente, para el místico todo acto de renuncia se convierte en un paso hacia la perfección.

La renunciación forzada, sea por moralidad, religión, ley, convenio, o formalidad no es necesariamente renunciación. El verdadero espíritu de la renunciación es la voluntad; y la renunciación voluntaria aparece cuando uno se eleva por encima de aquello a lo que renuncia. El valor de cada cosa en la vida – riqueza, poder, posición, posesión – esta de acuerdo con la evolución del hombre. Hay un tiempo en su vida en que los juguetes son sus tesoros, y hay un tiempo en que los deja de lado; hay un tiempo en su vida en que las monedas de cobre son todo para él, y hay un tiempo en que puede obsequiar monedas de oro; hay un tiempo en su vida en que valora una cabaña, y hay un tiempo en el que renuncia a un palacio.

Las cosas no tienen valor, su valor es como lo hace el hombre; y en cada paso de su evolución él les cambia su valor. Por supuesto no hay ganancia en dejar hogar, amigos y todos los asuntos de la vida, e irse al bosque y vivir la vida de un asceta; y aun así ¿Quién tiene derecho a culpar a los que hacen eso? ¿Cómo puede el hombre mundano juzgar y entender el punto de vista del que renuncia? Tal vez eso que le parece de mayor valía al hombre mundano no es nada para el hombre que ha renunciado.

El sufí no hace restricciones ni tiene principios de renunciación, tampoco enseña renunciación. Piensa que sacrificar algo en la vida que uno no desea sacrificar no tiene utilidad, pero esa renunciación es una cosa natural, y crece en nosotros con la evolución. Un niño que llora por su juguete en una etapa de su infancia, llega a una edad en la que esta muy deseoso de renunciar al juguete por el que alguna vez lloraba.

Hay tres etapas de moralidad.  La primera etapa es la moral de la reciprocidad. Esta moral es natural en aquel que ve la diferencia entre él mismo y otro. Quien reconoce a todo hombre como tal y cual.

La segunda etapa es la ley de la generosidad, en la que el hombre, reconociéndose a si mismo como una entidad separada de los demás y reconociendo a los demás como diferentes entidades en sí mismas, todavía ve un cordón de conexión corriendo a través suyo y de todos, y se percibe a sí mismo como un domo al que asciende un eco del bien y del mal; y con el fin de tener un buen eco da bien por bien y bien por mal.

Pero la tercera etapa es la moral de la renunciación, donde la diferencia de “mío” y “tuyo” y la distinción de “yo” y “tu” se desvanecen en el reconocimiento de la única Vida que esta dentro y fuera, debajo y mas allá, y éste es el significado del verso en la Biblia, “en Él vivimos, nos movemos y existimos”.

Traducción al español: Hafiz Juan Manuel Angel