Hazrat Inayat: Etapas de la Auto-realización, parte V
La publicación anterior de esta serie concluye con la declaración de Hazrat Inayat Khan de que, “El hombre está aquí en la tierra con este único propósito, para que pueda hacer surgir en él ese espíritu de Dios y así descubrir su propia perfección”.
Las tres etapas hacia esta perfección son las siguientes. La primera etapa consiste en hacer a Dios tan grande y tan perfecto como tu imaginación pueda. Es para ayudar al hombre a perfeccionar a Dios en sí mismo que los maestros dieron diversas oraciones, las oraciones a Dios, llamándolo el Juez, el que perdona, el más Compasivo, el más Fiel, el más Hermoso, el más Amoroso. Todos estos atributos son nuestras limitadas concepciones. Dios es más grande que lo que podamos decir de Él. Y cuando por medio de todas estas concepciones y de nuestra imaginación hacemos a Dios tan grande como seamos capaces, debe entenderse que Dios no puede ser hecho más grande de lo que es. No podemos complacer a Dios haciéndolo grande, pero al hacer a Dios grande, nosotros mismos llegamos a una cierta grandeza; nuestra visión se amplía, nuestro espíritu se profundiza, nuestro ideal llega más alto. Creamos una visión mayor, un horizonte más amplio, para nuestra propia expansión. Por lo tanto, debemos, por medio de la oración, de la alabanza, de la contemplación, tratar de hacer a Dios tan grande como podamos imaginar.
La verdad detrás de esto es que una persona que ve puntos buenos en los demás y quiere añadir lo que les falta a los demás, se vuelve más noble cada día. Al hacer a los demás nobles, al pensar bien de los demás, él mismo se vuelve más noble y mejor que aquellos de los que piensa bien. Y el que piensa mal de los demás, con el tiempo se vuelve malvado, pues encubre lo bueno que hay en él y produce así la visión del mal. Por lo tanto, la primera etapa y el primer deber de todo buscador de la verdad es hacer a Dios tan grande como sea posible, para su propio bien, porque está haciendo un ideal dentro de sí mismo. Está construyendo dentro de sí mismo lo que le hará grande.
La segunda etapa es el trabajo del corazón. La primera es de la cabeza. Hacer a Dios grande intelectualmente, con el pensamiento y la imaginación, es realmente el trabajo del pintor, pero aún más importante es el trabajo del corazón.
En nuestra vida cotidiana vemos el fenómeno del amor. La primera lección que nos enseña el amor es: “Yo no soy. Tú eres”. Lo primero que hay que pensar es en borrarnos a nosotros mismos de nuestra mente y pensar en la persona que amamos. Mientras no lleguemos a esta idea, la palabra amor permanecerá sólo en el diccionario. Muchos hablan del amor pero muy pocos lo conocen. ¿Es el amor un pasatiempo, una diversión, un drama? ¿Es un espectáculo? La primera lección del amor es el sacrificio, el servicio, la renuncia a sí mismo.
Hay una pequeña historia de una campesina que pasaba por un campo donde un musulmán estaba ofreciendo sus oraciones. Y la ley era que nadie debía pasar por un lugar donde alguien estuviera orando. Después de un tiempo, esta muchacha volvió por el mismo camino, y el hombre le dijo: “Oh muchacha, qué cosa tan terrible has hecho hoy”. Ella se sorprendió y preguntó: “¿Qué he hecho?” Él dijo: “¡Has pasado por aquí! Es un gran pecado. ¡Estaba orando, pensando en Dios!”. Ella dijo: “¿Estabas pensando en Dios? ¡Iba a ver a mi amado, y no te vi!, ¿cómo me viste si estabas pensando en Dios?”.
Cerrar los ojos para rezar es una cosa, y producir el amor de Dios es otra cosa. Esa es la segunda etapa en la realización espiritual. Donde en el pensamiento de Dios uno comienza a perderse a sí mismo, de la misma manera que el amante pierde el pensamiento de sí mismo en el pensamiento del amado.
Y la tercera etapa es diferente de nuevo. En la tercera etapa el amado se convierte en el yo, y el yo ya no existe. Porque entonces el yo, tal como lo pensamos, ya no permanece; el yo se convierte en lo que realmente es. Es esa realización la que se llama auto-realización.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.