Hazrat Inayat : El ideal de Dios pt III
En la anterior publicación de esta serie, Hazrat Inayat Khan comenzó a aceptar preguntas, y aquí concluye la sesión, dando a sus oyentes el desafiante consejo de aprender a ver a Dios en todo – en lo que nos gusta y en lo que no nos gusta.
Q. ¿Cómo podemos mantener nuestro pensamiento sólo en Dios, y alejado de las cosas terrenales, cuando Dios se manifiesta a nuestros ojos a través de formas terrenales?
R. Shams-i-Tabriz dice: “Despeja tu camino de otro, si deseas que camine por él”. El Corán dice: “Di: Allah, Allah y Allah serás. De nuevo te prometo por Allah, que Allah serás”. De nuevo dice Shams-i-Tabriz: “Despeja tu camino de otro, si deseas verme. No eches tu mirada sobre otro, si deseas verme a Mí”. Esto significa, no reconozcas a nadie como otro que no sea Dios, si quieres ver a Dios.
Esto es algo muy difícil, muy sutil. Dirás: “¿Es que Dios es celoso, que no puede andar por donde va otro?”. ¿Quién es otro si todo es Dios? Significa que no dejes que tu poder de distinguir [es decir, el poder de distinción] reconozca a nadie como otro. Mira a Dios en todo, en todos aquellos con los que entras en contacto. Si acogemos a la persona que nos gusta y decimos a la que no nos gusta: “No me agradas”, no vemos a Dios en la primera, vemos lo que nos agrada; y no vemos a Dios en la otra, vemos lo que nos desagrada.
Una vez estuve en presencia de un gran santo y místico. Era un compañero de mi murshid. Hizo muchos milagros y era muy venerado por su gran amor a la humanidad, y aconsejaba a todo el mundo. Alguien vino y le dijo: “Por favor, dime la manera de concentrar mi mente. Cuando estoy en mi meditación vienen mil pensamientos”. Él dijo: “¿Qué pensamientos, hermano mío?”. El hombre dijo: “Tengo muchas cosas que hacer. Está mi casa, mi negocio, mi oficina. Todos estos pensamientos vienen cuando deseo pensar en Dios”. El místico dijo: “No puedes dedicar una hora a Dios, como si fuera un negocio, y dar el resto a tu oficina”.
Cuando estamos en meditación, si viene el pensamiento de un caballo, o si viene el pensamiento de un automóvil, o si viene el pensamiento de dos personas peleando, debemos ver ese pensamiento como la manifestación de Dios. Cuando una persona está en meditación, espera ver inmediatamente un fenómeno. El mundo de los fenómenos está mucho más lejos de nosotros. Es mucho menos útil que este mundo. Es aquí donde tenemos que vivir. Es aquí donde debemos ver a Dios. Si entramos en nuestra habitación, y extendemos nuestras manos y decimos: “Oh Dios, toda mi veneración, toda mi devoción, toda mi adoración es para Ti. No sé dónde estás ni quién eres, pero todo mi amor y mi adoración son para Ti”, sirve un poco, porque produce el descongelamiento del corazón, pero no sirve mucho.
Si cuando vemos hacer algo que nos desagrada, que nos parece malo, bajamos la cabeza y decimos: “Oh Dios, ésta es Tu manifestación, y yo te venero y adoro, y quisiera apartar de mí todos los malos pensamientos que surgen en mí”; si cuando vemos a alguna persona que nos parece mala, bajamos la cabeza y decimos: “Oh Dios, esto viene de Ti. No hay más que Tú de quién puede manifestarse esto. Reconozco Tu manifestación en esto”; si podemos ver la presencia de Dios, no sólo donde nos gusta estar sino también donde no nos gusta estar, entonces veremos a Dios en todo, sin distinguir amigo o enemigo, bueno o malo.
Q. ¿Por qué debemos recordar a nuestra mente el pensamiento de Dios?
R. Esta es una pregunta muy natural para preguntar a un indio, porque en la India, muchas veces al día, en el Namaz, y también al hablar, repiten el nombre de Dios. Dicen el Namaz muchas veces al día. Si tocas o cantas, y ellos muestran su agradecimiento, dicen: “Subhan Allah, Dios es puro, hermoso”. Dicen: “Al-hamdulillah, alabado sea Dios”. “Allahu akbar, Dios es grande”. Dicen: “Insha’allah: Si Dios quiere”. “A’udu billah, Me refugio en Dios.” “Bismillah, En el nombre de Dios”. Es muy necesario llamar a la mente el pensamiento de Dios, porque durante todo el día todo y todos nos recuerda a nosotros mismos, nada en todo el día nos recuerda a Dios. Todo nos hace pensar que tenemos una existencia separada, que hay algo sustancial en nosotros.
Un rey tenía un esclavo llamado Ayaz, al que tenía en gran estima y lo nombró tesorero. Los cortesanos, que tenían envidia de Ayaz y celos, pensando que alguien que había sido esclavo podía llegar tan alto, le dijeron al rey que todos los días Ayaz iba al recinto del tesoro a cierta hora, y que pasaba allí un tiempo solo y que eso no podía ser para nada bueno. El rey mandó hacer un agujero en la pared, y se paró a mirar a través del agujero. Vio que Ayaz, en el recinto del tesoro, iba al armario y sacaba algo de allí. Lo levantó y el rey vio que era el vestido de su esclavo. Ayaz se lo acercó a los ojos y a la frente, y dijo: “Oh Ayaz, recuerda que eras un esclavo con este vestido, y con este el Rey te ascendió. Recuerda, si usas tu poder para dañar a otro, para molestar a otro, para ser tirano con otro, que tú mismo fuiste un esclavo e indefenso”. Cuando el rey escuchó esto, se sintió muy conmovido. Nombró a Ayaz ministro.
Esto es un ejemplo para nosotros, para recordar que al principio no teníamos nada. Sólo éramos la conciencia. Después hay tantas cosas que llamamos nuestras: nuestro nombre, nuestro poder, nuestras posesiones, nuestros amigos. Nada es nuestro. Todo ha sido revestido sobre la conciencia desde el mundo externo. Nosotros, cuando éramos un bebé, estábamos indefensos, y desde entonces todas nuestras necesidades han sido suplidas por Su naturaleza. Y tan pronto como empezamos a conocer y reconocer las cosas, llamamos “nuestro” a lo que en realidad no nos pertenece, y nos cargamos de responsabilidades y necesidades de la vida, olvidando ingratamente los favores del Creador. Bienaventurado entre nosotros aquel que, como Ayaz, recuerda su estado indefenso y por lo tanto los dones de Dios. Por ello es promovido a un lugar más elevado.
La forma en que se ofrece la oración importa poco si sólo el sentimiento es correcto. El mundo ortodoxo ha luchado entre sí, afirmando cada uno de ellos que: “Nuestra manera de orar es la mejor. Nuestra iglesia es la mejor. Nuestro templo es el mejor. Nuestro sermón es el mejor. Los otros están extraviados”, sin saber que en la casa de Dios no se pregunta: “¿A qué iglesia perteneces? ¿A qué templo perteneces?”, sino que se pregunta: “¿Qué tan sincero fuiste en tu oración?”.
Que Dios los bendiga.
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui