Hazrat Inayat: La vida interior pt III
En la primera y segunda publicación de esta serie, Hazrat Inayat Khan describió la vida interior como un viaje para el cual debemos prepararnos adecuadamente. Aquí comienza a considerar el objeto del viaje.
Lo primero y principal en la vida interior es establecer una relación con Dios, haciendo de Dios la entidad con la que nos relacionamos, como Creador, Sustentador, Perdonador, Juez, Amigo, Padre, Madre y Amado. En toda relación debemos poner a Dios delante de nosotros, y tomar conciencia de esa relación para que no quede más en la imaginación, porque lo primero que hace un creyente es imaginar. Se imagina que Dios es el Creador, y trata de creer que Dios es el Sustentador, y se esfuerza por pensar que Dios es un Amigo, y se esfuerza por sentir que ama a Dios. Pero si esta imaginación ha de convertirse en realidad, entonces exactamente como uno siente simpatía, amor y apego por su amado terrenal, así uno debe sentir lo mismo por Dios. Por mucho que una persona sea piadosa, buena o justa, sin embargo, sin esto, su piedad o su bondad no son una realidad para él.
El trabajo de la vida interior es hacer de Dios una realidad, de modo que ya no sea más una fantasía; que esta relación que el hombre tiene con Dios pueda parecer más real que cualquier otra relación en el mundo; y cuando esto sucede, todas las relaciones, por cercanas y queridas que sean, se vuelven menos vinculantes. Pero al mismo tiempo, una persona no se vuelve fría por eso; se vuelve más amorosa. Es el impío el que es frío, impresionado por el egoísmo y la falta de amor del mundo, porque participa de esas condiciones en las que vive. Pero para el que está enamorado de Dios, para el que ha establecido su relación con Dios, su amor se hace vivo; ya no tiene frío; cumple con sus deberes para con los que están relacionados con él en este mundo mucho más que el impío.
Ahora bien, en cuanto a la forma en que el hombre establece esta relación, que es la más deseable para establecer con Dios, ¿qué debe imaginar? ¿Dios como Padre, como Creador, como Juez, como Perdonador, como Amigo o como Amado? La respuesta es que en cada función de la vida debemos darle a Dios el lugar que demanda el momento. Cuando, aplastado por la injusticia, la frialdad del mundo, el hombre mira a Dios, la perfección de la Justicia, ya no se agita, ya no se turba su corazón, se consuela con la justicia de Dios. Pone al Dios justo delante de él, y por esto aprende la justicia; el sentido de la justicia despierta en su corazón y ve las cosas bajo una luz muy diferente.
Cuando el hombre se encuentra en este mundo sin madre o sin padre, piensa que en Dios está la madre y el padre, y que, aunque estuviera en presencia de su madre y su padre, éstos sólo están emparentados en la tierra. La Maternidad y Paternidad de Dios es la única relación real. La madre y el padre de la tierra sólo reflejan una chispa de ese amor materno y paternal que Dios tiene en plenitud y perfección. Entonces el hombre descubre que Dios puede perdonar, como los padres pueden perdonar al hijo si se equivocó; entonces el hombre siente la bondad, la amabilidad, la protección, el apoyo, la simpatía que viene de todos lados; aprende a sentir que viene de Dios, el Padre-Madre, a través de todos.
Cuando el hombre se imagina a Dios como el Perdonador, encuentra que en este mundo no sólo hay una justicia estricta, sino que también se desarrolla el amor, hay misericordia y compasión, existe ese sentido del perdón; que Dios no es siervo de la ley, como lo es el juez en este mundo. Él es el Maestro de la ley. Él juzga cuando juzga; cuando Él perdona, Él perdona. Él tiene ambos poderes, tiene el poder de juzgar y tiene el poder de perdonar. Es juez porque no cierra los ojos a nada de lo que hace el hombre; Él sabe, pesa y mide, y devuelve lo que se debe al hombre. Y Él es Perdonador, porque más allá y por encima de Su poder de justicia está Su gran poder de amor y compasión, que es Su mismo ser, que es Su propia naturaleza, y por lo tanto, es más, y en mayor proporción, y obra con mayor fuerza que su poder de justicia. Nosotros, los seres humanos en este mundo, si hay una chispa de bondad o gentileza en nuestro corazón, evitamos juzgar a las personas. Preferimos perdonar a juzgar. Perdonar nos da una felicidad naturalmente mayor que vengarnos, a menos que un hombre esté en un camino muy diferente.
Continuará…
Traducción: Yaqín Anda